Page 125 - Auge y caída del antiguo Egipto
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Una burocracia profesional ampliada y formada en gran medida por plebeyos,
y la creación de una nueva necrópolis en la que estos pudieran construirse sus
lugares de eterno reposo sin ninguna referencia a —y sin verse empequeñecidos
por— la pirámide del rey: fueron esos dos elementos interrelacionados los que
sentarían las bases de los monumentos característicos de finales del Imperio
Antiguo: las tumbas de los cortesanos. Por primera vez en la historia egipcia,
estos nos permitirán entrar en el mundo de los súbditos del rey, a menudo con
resultados sorprendentes.
MANTENER LAS APARIENCIAS
Por encima de todo, las tumbas privadas de la V y VI Dinastías (2450-2175) son
obras de arte extraordinarias. La sofisticación de sus relieves pintados atestigua
el talento de los artesanos del antiguo Egipto, un talento que se había ido
perfeccionando a lo largo de muchas generaciones en los cementerios reales de
Dahshur y Giza. Con espacio para construir monumentos de mayor tamaño y
ambiciosos colegas a los que impresionar, los altos funcionarios de finales del
Imperio Antiguo se tomaron muy en serio el asunto de la construcción y
decoración de tumbas. Esta se transformó rápidamente en una actividad
competitiva, y los burócratas aguardaban cuanto podían antes de empezar a
trabajar en sus monumentos, a la espera de un último ascenso que les permitiera
destacar sobre sus contemporáneos (y sus descendientes) en la apropiadamente
grandiosa forma arquitectónica. Los funcionarios prestaban especial atención a
las capillas de sus tumbas, las salas públicas o habitaciones situadas a nivel del
suelo adonde acudían los miembros de la familia y otros visitantes tras la muerte
del propietario para presentar ofrendas a su estatua. En cambio, la propia cámara
mortuoria, bajo tierra y fuera del alcance de la vista, raramente era objeto más
que de una decoración superficial. Sin duda, los antiguos egipcios habrían estado
de acuerdo con la idea de que hay que presumir de lo que se tiene.