Page 194 - Auge y caída del antiguo Egipto
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proclama confiado que «su voz es justa en el cálculo de las diferencias»; en otras
               palabras, que se le justifica y se le juzga digno de resurrección como espíritu

               transfigurado.  Tras  aquellos  vacilantes  comienzos,  el  concepto  del  juicio  final

               pasaría a adquirir rápidamente un papel central en la religión funeraria egipcia,
               hasta el punto de que la expresión «justo de voz» se convertiría en el eufemismo

               más  común  para  denotar  «difunto».  En  una  sociedad  tan  obsesionada  con  la

               burocracia  y  la  contabilidad  como  la  del  antiguo  Egipto,  quizá  no  resulte

               sorprendente que los teólogos imaginaran que la ponderación del valor de una
               persona  se  realizaba  en  una  gigantesca  balanza de orfebre. La exactitud  de la

               balanza  expresaba  perfectamente  el  juicio  infalible  del  tribunal  divino.  Un

               conjuro de los Textos de los Sarcófagos la describe como «la balanza de Ra en la
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               que se alza Maat»,  indicando así que el juicio está autorizado por el propio Ra,
               dios  del  sol  y  la  creación,  y  que  el  peso  de  las  obras  de  los  difuntos  debe

               contraponerse al de Maat, la diosa de la verdad. En esta evaluación definitiva no

               había  lugar  para  el  engaño.  El  resultado  del  proceso  del  juicio  se  visualizaba
               como  una  división  de  los  difuntos  entre  los  justificados  y  los  injustos,

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               «enumerando  a  los  muertos  y  contando  los  espíritus  benditos».   Los  distintos
               destinos de los dos grupos estaban más claros que el agua.
                  Con la eterna supervivencia en juego en el juicio final, la febril imaginación

               egipcia se puso de nuevo en marcha. Concebir nuevos obstáculos, junto con los

               medios para superarlos, parece haber dado a los antiguos egipcios el coraje para
               enfrentarse  a  las  incertidumbres  de  la  muerte.  En  el  caso  del  juicio  ante  el

               tribunal, el mayor peligro era que el propio corazón —sede del intelecto, fuente

               de  las  emociones  y  almacén  de  los  recuerdos—  pudiera  decidir  dar  un  falso
               testimonio a fin de inclinar la balanza del lado de un veredicto favorable. Para

               contrarrestar este terrible riesgo hacía falta una potente magia. De algún modo

               había que evitar que el corazón dejara escapar falsedades (u ocultara verdades)

               que pudieran sellar el destino de su poseedor. La ingeniosa solución para ello fue
               una  nueva  clase  de  amuleto,  que  aparece  por  primera  vez  en  las  tumbas  de

               finales  del  Imperio  Medio.  Este  adoptó  la  forma  familiar  del  escarabajo,  un
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