Page 197 - Auge y caída del antiguo Egipto
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Esta descripción de la XII Dinastía es exacta desde el punto de vista de los
               hechos, pero resulta engañosa en un aspecto crucial: fracasa estrepitosamente a

               la hora de captar la atmósfera predominante en ese período. Las obras literarias

               se centran en temas incómodos como el hastío (Disputa entre un hombre y su
               alma), la agitación nacional (Admoniciones de Ipuur) y el regicidio (Enseñanzas

               de Amenemhat I). El entusiasta panorama de la civilización del Imperio Medio

               que se ve favorecido en algunas historias del antiguo Egipto, se halla en franca

               discordancia  tanto  con  los  escritos  contemporáneos  como  con  las  evidencias
               sobre  la  política  interior  y  el  gobierno.  Desde  sus  mismos  comienzos,  la  XII

               Dinastía se propuso cambiar el modo en que se gobernaba Egipto y el modo en

               que  se  organizaba  la  sociedad.  La  suya  era  una  visión  utópica  —o  distópica,
               según  el  punto  de  vista—  de  un  orden  absoluto  basado  en  un  rígido  marco

               burocrático y en la represión de toda disidencia. En las cuestiones de gobierno,

               los  reyes  de  la  XII  Dinastía  mostraron  un  talante  despiadado,  totalmente  en

               sintonía  con  las  políticas  de  sus  antepasados  del  Imperio  Antiguo.  En  su
               determinación de establecer una sólida seguridad interna incluso superaron a sus

               predecesores,  desplegando  una  sofisticada  maquinaria  propagandística

               acompañada  de  fuerza  bruta,  una  sutil  persuasión  respaldada  por  tácticas  de
               terror.  Bajo  la  apariencia  exterior  de  una  espléndida  y  elevada  cultura  se

               ocultaban las fuerzas más oscuras.

                  El que sería el tono predominante del gobierno de la XII Dinastía se estableció
               ya desde sus mismos comienzos. Dado que el fundador de la nueva línea real era

               plebeyo por nacimiento, apenas resulta sorprendente que los registros oficiales

               no  documenten  el  modo  en  que  accedió  al  poder;  aun  así,  hay  suficientes
               indicios  que  sugieren  cuál  pudo  ser  la  secuencia  de  los  acontecimientos.  El

               último rey de la XI Dinastía, Mentuhotep IV (1948-1938), se llamaba igual que

               el  gran  reunificador  de  Egipto,  pero  parece  que  carecía  por  completo  de  sus

               cualidades  de  liderazgo.  Había  heredado  la  marcada  perspectiva  tebana  de  su
               antepasado, pero no la amplitud de sus ambiciones. Provinciano por naturaleza,

               además de serlo por su origen, no dejó monumentos importantes. El principal
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