Page 200 - Auge y caída del antiguo Egipto
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reemplazados  por  personas  leales  y  de  confianza  que  se  lo  debían  todo  al
               régimen de aquel momento. El nuevo señor de Egipto afianzaba su control de los

               resortes del gobierno.





               ARTÍFICE DEL RENACIMIENTO


               Alentado por su éxito a la hora de reprimir la disensión interna, el rey se propuso

               restablecer el estatus de la monarquía. Desde tiempo inmemorial, los dos papeles

               más importantes del soberano habían sido mantener el orden y satisfacer a los
               dioses.  Una  vez  conseguido  el  primer  objetivo,  había  llegado  el  momento  de

               alcanzar el segundo. Así, Amenemhat I ordenó que se iniciara la construcción de

               un  gran  templo  a  su  divino  patrón,  el  dios  tebano  Amón.  Al  fin  y  al  cabo,
               Amenemhat significaba «Amón es el primero», y, por lo tanto, ¡qué menos que

               dedicarle  el  templo  más  grandioso  de  la  Tierra!  Antes  de  la  XII  Dinastía,  los

               templos  egipcios  habían  sido  bastante  modestos:  construcciones  de  adobe

               pequeñas y a menudo irregulares, con solo un uso limitado de la piedra en las
               puertas, los umbrales, etc. Los edificios más imponentes de Egipto no eran los

               templos  consagrados  a  los  dioses,  sino  las  pirámides  de  los  reyes.  Pero

               Amenemhat  cambió  todo  eso,  inaugurando  la  tradición  de  los  edificios
               monumentales dedicados a los grandes dioses y diosas. Poco queda del templo

               de Amón construido en Ipetsut (la actual Karnak) en el Imperio Medio —fue

               destruido sin ceremonia previa por otros constructores reales posteriores—, pero

               seguramente  dominaba  la  ciudad  adyacente,  configurando  una  potente
               afirmación del poder regio. El complejo medía más de 100 metros de largo por

               65 de ancho, y dos gruesas murallas cerraban todo el recinto. En el interior se

               alzaba el santuario, con una magnífica terraza de piedra en la parte delantera y
               rodeado  por  un  laberinto  de  pasadizos  y  almacenes.  En  comparación  con  los

               insignificantes  templos  provinciales  del  Imperio  Antiguo,  la  escala  de  este

               resultaba  asombrosa.  Y  sería  además  un  precursor  de  lo  que  iba  a  venir;
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