Page 201 - Auge y caída del antiguo Egipto
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Amenemhat  I  y  sus  sucesores  mostrarían  un  apetito  insaciable  por  las
               construcciones  de  planificación  estatal,  la  manifestación  arquitectónica  del

               nuevo orden.

                  La  predilección  por  las  grandes  afirmaciones  arquitectónicas  era  un  rasgo
               característicamente  egipcio,  pero  Amenemhat  lo  llevó  a  nuevas  cotas  con  un

               proyecto que dejaría pequeño incluso a su templo de Amón: hacia la mitad de su

               reinado,  el  rey  ordenó  iniciar  la  construcción  nada  menos  que  de  una  nueva

               capital. El hecho de centrarse demasiado en Tebas y su entorno más inmediato
               había representado un punto débil nefasto para la XI Dinastía, y Amenemhat no

               estaba  dispuesto  a  cometer  el  mismo  error.  La  única  solución  práctica  para

               gobernar  un  reino  tan  vasto  como  Egipto  consistía  en  situar  la  capital  en  su
               centro geográfico, y allí sería exactamente donde se construiría la nueva ciudad

               dinástica; su emplazamiento se hallaría en la misma intersección entre el Alto y

               el  Bajo  Egipto,  en  la  «Balanza  de  las  Dos  Tierras».  Pero,  para  demostrar  su

               férrea  voluntad,  el  rey  eligió  para  la  capital  un  nombre  más  rotundo:
               Amenemhat-ity-tauy,  «Amenemhat  conquista  las  Dos  Tierras».  Era  una

               declaración manifiesta de su modus operandi, de los medios por los que había

               accedido al trono y de la manera en que pretendía gobernar.
                  Para  señalar  la  inauguración  de  su  nueva  capital,  el  rey  adoptó  un  nuevo

               nombre de Horus. Y, como siempre, la elección reflejaba la agenda personal del

               monarca. Desaparecía la referencia a «pacificar el corazón de las Dos Tierras»;
               eso ya se había conseguido en gran medida, e Ity-tauy era la prueba concreta de

               ello.  En  su  lugar,  el  rey  se  proclamaba  el  artífice  de  un  renacimiento

               generalizado. Bajo su reinado, Egipto renacería, su civilización se rejuvenecería
               y su monarquía se restablecería. Si el propósito era volver a la grandeza de la Era

               de  las  Pirámides,  una  buena  manera  de  empezar  era  construir  una  tumba  real

               convenientemente impresionante. Así, por primera vez en dos siglos, desde el

               palacio real partió la orden a los arquitectos, albañiles y artesanos de Egipto: el
               rey necesitaba una pirámide. Además, esta debía tener la misma escala que las

               pirámides  de  finales  del  Imperio  Antiguo.  Copiando  sus  dimensiones  de  los
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