Page 237 - Auge y caída del antiguo Egipto
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confiar.
El resultado final fue una administración extremadamente unificada, dispuesta
a reaprender y restablecer los protocolos y modelos de gobierno tradicionales y
deseosa de hacerlo. El sucesor de Nubjeperra Intef, Sobekemsaf II (c. 1560),
demostró sus aptitudes a la hora de aplicar este programa de renovación al enviar
una expedición de canteros al Uadi Hammamat, sin duda con el apoyo logístico
de los nuevos amigos del régimen en Gebtu. Era la primera misión de aquella
clase patrocinada por el Estado desde hacía 160 años. Es cierto que
probablemente estaba integrada por solo unos 130 hombres, frente a los 19.000
que habían tomado parte en una expedición similar bajo el reinado de Senusert I,
y que es posible que el personal fuera reclutado un poco al tuntún; pero al menos
era un comienzo. Así, en las profundidades del Desierto Oriental, en las minas
de Gebel Zeit, se reanudaron los trabajos, con la ayuda de mercenarios
reclutados entre los medyay, habitantes del desierto. Aparte de conseguir los
materiales necesarios para propiciar el renacimiento de los talleres reales, la
administración tebana empezaba a desperezarse, tensando sus músculos y
preparando sus reacciones de cara a una guerra. En el que quizá constituye el
indicio más claro de que se estaban forjando planes de batalla, Sobekemsaf hizo
una nueva donación de tierras al templo local de Madu (la actual Medamud), a
solo unos kilómetros de Tebas. La elección del destinatario no era casual, ya que
el dios de Madu no era otro que Montu, el dios de la guerra tebano que había
inspirado la victoria de la XI Dinastía en la lucha por la reunificación seis siglos
antes. Quizá Montu ayudara ahora a la nueva generación de guerreros tebanos en
su propia batalla por la salvación nacional.
Pero, justo cuando todo parecía preparado, el destino asestó un golpe cruel a
la XVII Dinastía. Desde los remotos confines de Nubia, y a través de las
fortalezas que los egipcios construyeran en Uauat, un gran ejército reclutado por
el soberano de Kush inició su avance hacia el norte, atacando los pueblos y
ciudades del Alto Egipto, saqueando templos y tumbas, y arramblando con el
botín. Para mayor inquietud de los egipcios, los kushitas no estaban solos, ya que