Page 235 - Auge y caída del antiguo Egipto
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tenían la intención de recuperar los días gloriosos del Imperio Medio, de manera
               que fundaron una nueva necrópolis real en las empinadas laderas de Dra Abu el-

               Naga, en Tebas oeste. La tumba de Nubjeperra Intef, el cuarto rey de la dinastía,

               es la más conocida de las allí emplazadas. La cámara funeraria fue excavada en
               la pared del risco, y se entraba en ella a través de un pozo descendente. Pero esa

               era  solo  la  parte  privada  de  la  tumba.  Señalando  su  emplazamiento  en  la

               superficie para que todos la vieran, se alzaba una empinada pirámide, construida

               en la ladera y sustentada en un muro de contención de ladrillo de construcción
               bastante  chapucera.  También  la  propia  pirámide  estaba  hecha  de  ladrillo  de

               adobe;  el  renacimiento  tebano  era  todavía  incipiente,  y  extraer  grandes

               cantidades de piedra de una cantera era algo que aún se hallaba fuera del alcance
               de  la  naciente  dinastía.  Pero  al  menos  se  enyesó  y  encaló  para  darle  la  vaga

               apariencia de un monumento de piedra con un revestimiento liso. Con sus trece

               metros de altura, la pirámide difícilmente podía competir con los monumentos

               de la XII Dinastía; pero al menos la intención estaba ahí, ya que no los recursos.
               De manera similar, Intef hubo de apañárselas con una estatua de segunda mano,

               probablemente sustraída del cercano templo funerario de Mentuhotep II.

                  No obstante, por más que Nubjeperra Intef careciera de los medios necesarios
               para ser un gran rey, sin duda tenía la determinación de serlo. En los obeliscos

               erigidos ante su tumba realizó otro gesto público extremadamente significativo

               que  manifestaba  su  decisión  de  reavivar  la  fortuna  del  país.  En  una  serie  de
               jeroglíficos  cuidadosamente  grabados,  se  vinculaba  a  algunas  de  las  más

               importantes  divinidades  de  Egipto:  Osiris-Jentyamentiu,  el  dios  de  Abedyu,

               garante de una bienaventurada resurrección y una vida de ultratumba; Anubis,
               «señor  de  la  necrópolis»,  el  dios  chacal  de  la  momificación  que  presidía  la

               sepultura;  y  asimismo  —lo  que  quizá  pueda  parecer  un  tanto  extraño  en  tan

               fúnebre compañía— Sopdu, «señor de las tierras extranjeras». Pero la inclusión

               de Sopdu no era un error, ya que esta deidad, más bien menor, tenía dos atributos
               cruciales:  era  el  patrón  de  las  tierras  extranjeras,  especialmente  de  la  región

               montañosa del Sinaí y el sur de Palestina, y su centro de culto estaba situado en
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