Page 230 - Auge y caída del antiguo Egipto
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país. Pero no bastaban las buenas intenciones para desafiar a los hicsos, tan bien
               organizados como bien dotados de recursos. Al cabo de poco más de veinte años,

               la dinastía de Abedyu se extinguió casi sin dejar rastro.

                  Más al sur, en Tebas, a los refugiados de Ity-tauy les iba un poco mejor. Para
               muchos habitantes del Alto Egipto seguían siendo los únicos «señores de las Dos

               Tierras»  legítimos,  y  seguían  recibiendo  los  leales  servicios  de  las  mismas

               familias que habían ostentado cargos en el antiguo régimen. Pero esta aparente

               continuidad no era más que una ilusión; en realidad, la situación había cambiado
               por  completo.  En  épocas  más  tranquilas,  Tebas  había  sido  una  gran  ciudad,

               favorecida por el patrocinio real y próspera gracias a sus vínculos comerciales

               con todo el conjunto de Egipto y Nubia. Ahora, aislada de Oriente Próximo por
               la presencia de los hicsos en el norte y de los territorios del sur por la pérdida de

               los oasis y los fuertes nubios, Tebas no era más que una sombra de sí misma,

               débil, empobrecida y vulnerable. También los dioses parecían haber abandonado

               a  los  egipcios  cuando  más  los  necesitaban,  enviando  desastres  naturales  para
               agravar  aún  más  su  desgracia.  Menos  de  una  década  después  de  haber

               abandonado  Ity-tauy,  los  egipcios  autóctonos  se  enfrentaron  a  un  duro  golpe

               cuando  la  crecida  del  Nilo  inundó  el  templo  de  Amón  en  Ipetsut,  epicentro
               sagrado  de  su  reino  tebano.  El  rey  decidió  que  lo  único  que  podía  hacer  era

               predicar con el ejemplo, adentrándose en la amplia sala sumergida del templo

               para inspeccionar los daños, ante la abatida presencia de su empapado séquito.
                  El siguiente monarca egipcio lo tuvo aún peor, ya que hubo de afrontar una

               combinación  de  hambruna,  inundaciones  y  ataques.  Neferhotep  III  afirmaba

               haber  alimentado  a  Tebas  en  el  peor  momento  de  la  falta  de  comida  y  haber
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               «protegido a su ciudad cuando se inundó»;  pero, cuando la debilitada población
               se vio atacada por los ejércitos hicsos, lo mejor que pudo hacer el rey fue hacer

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               de tripas corazón y «armarse de valor ante los extranjeros».  Puede que realzar el
               papel del soberano como jefe militar fuera una forma de arengar a las tropas,
               pero la adopción por parte de Neferhotep de epítetos como «guía de la poderosa

               Tebas» suena más a deseo que a expectativa.
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