Page 226 - Auge y caída del antiguo Egipto
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no tener sangre real en sus venas. Así, ensalzó a sus parientes no reales en una
serie de inscripciones conmemorativas, divulgando confiadamente los nombres
de su familia plebeya. Todo ello sugiere la existencia de un profundo malestar en
el propio seno de la monarquía.
El pasado militar de Sebekhotep III, que durante un tiempo había servido en la
guardia personal del rey, sin duda le proporcionó un conocimiento íntimo de la
política cortesana. Luego, como rey, supo explotar este hecho en beneficio
propio, incrementando el número de funcionarios clave en el gobierno y
reactivando los reales proyectos de construcción a fin de recuperar cierto nivel
de estabilidad en la administración. Pero todo eso no habría de durar. El corazón
del gobierno regio empezaba a latir de forma irregular, y ni siquiera aquel
singular arrebato de actividad podía enmascarar esa realidad.
La crisis se dejó sentir de forma especialmente intensa en las distantes
avanzadillas egipcias, las fortalezas de la ocupada Uauat. La debilitada
administración se vio incapaz de mantener el sistema de guarniciones rotatorias
que habían abastecido de personal a los fuertes durante su apogeo en la XII
Dinastía. Uno a uno, los fuertes nubios fueron abandonados por el gobierno
egipcio, ahora incapaz de extender su dominio más allá de las tradicionales
fronteras de las Dos Tierras. Los fuertes de la garganta de Semna fueron los
últimos en ser abandonados, ya que la XIII Dinastía quiso hacer todo lo posible
—que no fue mucho— por mantener la frontera de Senusert III. A la larga,
incluso la propia Semna fue cedida a su pequeña población residente después de
que los últimos representantes del gobierno hicieran las maletas y se marcharan
definitivamente. Abandonadas a sus propios recursos, y cada vez menos seguras
de recibir apoyo logístico o provisiones de la capital, algunas de las
comunidades residentes en las fortalezas empezaron a pensar en lo impensable y
a mirar hacia el sur en busca de otro potencial protector. Puede que el reino de
Kush fuera enemigo declarado de Egipto, pero al menos tenía el oro necesario
para pagar a quienes empleaba a su servicio.
Similar destino aguardaba a las fortalezas del nordeste del delta. Con sus