Page 229 - Auge y caída del antiguo Egipto
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intenso comercio con otras partes del Mediterráneo oriental y otras tierras más
               distantes. Hutuaret creció hasta alcanzar dos o tres veces su antiguo tamaño, y

               pasó  a  convertirse  en  el  centro  neurálgico  de  un  «miniimperio»  que  llegó  a

               abarcar algunas zonas del sur de Palestina y la costa libanesa.
                  La pérdida de Menfis a manos de aquellos invasores supuso un golpe funesto

               para  la  XIII  Dinastía,  tanto  psicológico  como  práctico.  La  antigua  capital  de

               Egipto  simbolizaba  la  propia  idea  de  la  unidad  nacional,  mientras  que  su

               emplazamiento en el punto de unión entre el valle y el delta del Nilo era clave
               para controlar los movimientos internos de bienes y personas. La conquista de

               tal objetivo estratégico por parte de los hicsos obligó a la corte real a abandonar

               Ity-tauy, forzándola a emprender una apresurada retirada hacia el sur. Al parecer,
               ni  siquiera  tuvo  tiempo  de  recoger  sus  preciados  archivos  del  templo  y  de  la

               administración pública, con el resultado de que los sucesores de la XIII Dinastía

               tendrían que reinventar el canon de los textos religiosos sin referencia alguna al

               saber acumulado por las generaciones precedentes. En cuanto a la propia corte,
               esta  restablecería  muy  pronto  una  especie  de  gobierno  en  Tebas,  el  corazón

               tradicional de la independencia egipcia. Pero su dominio se había desmoronado,

               y por entonces se extendía únicamente a los siete nomos más meridionales de
               Egipto, la antigua «Cabeza del Sur» que había dado origen al Imperio Medio seis

               siglos  antes.  Durante  un  breve  período,  mientras  el  gobierno  en  el  exilio

               asimilaba  la  nueva  realidad  política  y  consolidaba  su  autoridad  estrictamente
               limitada,  algunas  partes  del  área  central  del  valle  del  Nilo  experimentaron  un

               vacío  de  poder.  En  Abedyu,  el  centro  del  culto  a  Osiris,  la  ausencia  de  una

               realeza divina en la cúspide de la sociedad resultó especialmente desastrosa. De
               manera que la élite local abordó el problema por su cuenta y estableció su propia

               dinastía  gobernante.  Pero  sin  su  habitual  parafernalia  de  hábiles  artesanos  y

               burócratas  cualificados,  aquellos  «reyes»  de  Abedyu  representaban  una  pálida

               imagen de la monarquía, y sus monumentos, de tosca factura, apenas se avenían
               con  sus  regias  pretensiones.  Fue  aquel  un  valeroso  intento  de  preservar  la

               institución más importante de Egipto en el centro de culto más importante del
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