Page 228 - Auge y caída del antiguo Egipto
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del  comercio.  Renqueante,  conservaba  aún  un  vestigio  de  la  parafernalia  del
               poder  estatal,  aunque  con  escasa  convicción.  El  final  no  tardaría  mucho  en

               llegar.

                  En  el  plazo  de  unas  pocas  décadas,  el  gobierno  de  Ity-tauy  y  la  disidente
               dinastía  del  delta  se  vieron  superados  por  una  combinación  de  desastres

               naturales  y  humanos.  En  Hutuaret,  el  hambre  y  la  peste  diezmaron  a  la

               población.  Familias  enteras  de  adultos  y  niños  fueron  enterradas  juntas  de

               cualquier manera, prescindiendo de los cuidadosos preparativos habituales. La
               existencia de una serie de reinados extremadamente breves al final de la XIII

               Dinastía sugiere que también más al sur hubo calamidades similares. Debilitado

               por la enfermedad, todo el territorio del Bajo Egipto pasó a convertirse en una
               presa fácil para cualquier agresor extranjero. Desde el otro lado de la frontera,

               una fuerza de invasores bien equipados y armados con la tecnología militar más

               avanzada  —carros  tirados  por  caballos—  irrumpió  en  Egipto,  tomando  la

               acosada  Hutuaret  y  prosiguiendo  su  avance  hacia  el  sur  para  conquistar  la
               antigua capital de Menfis. Habían llegado los hicsos.






               GOBERNANTES DE TIERRAS EXTRANJERAS

               Los hicsos representaron un fenómeno único en la historia del antiguo Egipto.

               Durante más de un siglo (1630-1520), una élite de lengua semítica procedente de

               la costa libanesa gobernó el norte de Egipto, y sus miembros fueron reconocidos

               como señores en el resto del país. Transformaron su capital, Hutuaret, en una
               ciudad de cultura plenamente asiática, rindieron culto a un dios extranjero (Baal)

               y,  asimismo,  se  hicieron  enterrar  con  ritos  extranjeros.  Sus  propios  nombres

               resultaban extraños, y para las generaciones posteriores —y quizá también para
               algunos  egipcios  de  la  época—  su  conquista  representaría  la  destrucción  del

               propio  orden  creado.  Durante  el  siglo  que  duró  su  dominio,  el  corazón  de  su

               territorio,  en  el  nordeste  del  delta,  prosperó  como  nunca  antes  gracias  a  un
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