Page 232 - Auge y caída del antiguo Egipto
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también a unos anónimos «dioses que están en Uauat». Era evidente que
intentaba nadar y guardar la ropa, pero lo cierto es que Senusert III se habría
removido en su tumba. Ahora las tornas se habían vuelto contra los egipcios:
eran ellos, y no los nubios, los que debían pagar tributos por sus transacciones
comerciales; y era a ellos, y no a los nubios, a quienes se les decía con qué,
dónde y cuándo podían comerciar. Por entonces, el esplendor de la XII Dinastía
no debía de parecer más que un remoto recuerdo.
El reino de los hicsos, en cambio, prosperaba. En la medida en que las redes
de inmigrantes asiáticos preexistentes iban absorbiendo un mayor número de
recién llegados, florecían los asentamientos, y los cementerios a ellos asociados,
por toda la zona oriental del delta. Se fundó una gran ciudad fortificada en Tell
el-Yahudiya, completando con ello las instalaciones defensivas tomadas por los
hicsos en otras partes de la zona fronteriza. Seguros de su nueva patria, los
gobernantes hicsos dieron plena expresión a su peculiar identidad cultural. En
Hutuaret, los altares rebosaban de ardientes ofrendas frente al templo principal,
dedicado a Baal-Zefón, el dios sirio de las tormentas que había asimilado
rápidamente el culto al propio dios de las tormentas egipcio, Seth. Los niños que
morían a corta edad eran enterrados, según la costumbre asiática, en ánforas
importadas de Palestina, a pesar de que las ánforas egipcias eran más resistentes
y habrían ofrecido una mayor protección. También en materia de comercio los
hicsos volvieron conscientemente la espalda a Egipto, renunciando a comerciar
con Menfis, el Egipto Medio o el sur (aunque siguieron obteniendo oro de Kush
a través de la ruta de los oasis) para tratar en cambio con Palestina y Chipre. Al
bullicioso puerto de Hutuaret llegaba vino, aceite de oliva, madera y cobre,
llenando las arcas de la urbe y convirtiéndola en una de las ciudades reales más
importantes de todo Oriente Próximo. Para proclamar su poderío económico y
político, los gobernantes hicsos construyeron una gran ciudadela a orillas del
Nilo. Con una extensión de casi cincuenta mil metros cuadrados de tierras
ganadas al río, estaba rodeada de una enorme muralla de casi ocho metros de
grosor, reforzada con contrafuertes. Dentro del recinto, la residencia real era un