Page 240 - Auge y caída del antiguo Egipto
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enderezarle siquiera los miembros, y llevado de regreso a Tebas. Allí, ante su
afligida familia y la aturdida plebe, fue enterrado «Taa el Valeroso» —como
rezaba la inscripción de su ataúd—, con su sucesor Kamose encabezando el
cortejo fúnebre.
El rey había muerto en la flor de la vida tras un reinado de apenas cuatro años
(1545-1541). La responsabilidad del cargo, y las esperanzas de los egipcios,
descansaban ahora sobre los hombros de Kamose. Falto de experiencia e
inseguro acerca de cómo proceder, el nuevo monarca convocó a la plana mayor
de su ejército. Con tono sincero y angustiado, se lamentó de su suerte y de la de
su país: «¿Por qué sopesar mis fuerzas cuando hay un príncipe en Hutuaret y
otro en Kush, y yo me siento [en el trono] junto con un asiático y un nubio, cada
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uno de los cuales tiene su parte de Egipto y comparte la tierra conmigo?». En
ningún momento, en los 1.400 años transcurridos desde la fundación del Estado,
la suerte de Egipto había sido tan aciaga. En el pasado, el país había
experimentado la desunión y la insurgencia, pero esta vez era distinto.
Amenazado y ocupado por potencias extranjeras en el norte y en el sur, la propia
existencia de un Egipto independiente, gobernado por egipcios, parecía precaria.
Para que las Dos Tierras lograran sobrevivir, y no digamos ya prosperar de
nuevo, haría falta más esfuerzo, sacrificio y derramamiento de sangre, además de
una inquebrantable determinación de prevalecer.