Page 243 - Auge y caída del antiguo Egipto
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desintegración. Se describe cómo, con un liderazgo dinámico y decidido, y no
sin una buena dosis de autoconfianza, un grupo de leales tebanos lograron,
contra todo pronóstico, expulsar a los odiados invasores hicsos y reunificar el
valle del Nilo. Sacudiéndose la ignominia de la dominación extranjera, Egipto
amplió sus dominios para convertirse en una gran potencia imperial, controlando
un territorio que se extendía a lo largo de más de dos mil kilómetros.
Abandonando su antigua introspección, los faraones descubrieron su propio
papel en la escena mundial. Emisarios extranjeros de territorios remotos llevaban
exóticos tributos a la corte real, mientras el ejército egipcio arrasaba todo lo que
se le ponía por delante en los llanos y colinas de Oriente Próximo. En el sur, la
colonización y explotación sistemáticas de Nubia proporcionaron a Egipto una
riqueza mineral equiparable a su poderío militar, y a los talleres reales, materias
primas para fabricar suntuosas y sofisticadas obras de arte. Fue una auténtica
edad de oro.
Pese a todo, el constante incremento de la autoridad regia a consecuencia de
aquel poder y prosperidad resultaría desastroso. Cuando un gobernante con
predilección por la teología radical decidió llevar el estatus divino de la
monarquía hasta sus últimas consecuencias, puso el país patas arriba, acabando
con cultos y costumbres consagrados en una orgía de fervor autocrático y
puritano. Solo la muerte del rey herético y las rápidas maniobras de los
contrarrevolucionarios aseguraron el retorno a las antiguas maneras y a un
régimen más estable. Pero en ese mismo proceso la XVIII Dinastía se marchitó y
acabó muriendo debilitada y desacreditada. Su desaparición preparó el terreno
para un nuevo orden imperial, basado no en el oro fino, sino en el frío bronce.