Page 289 - Auge y caída del antiguo Egipto
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país. Puede que el rey representara la única fuente de poder, que fuera al mismo
               tiempo el jefe del Estado y del gobierno, el comandante en jefe de las fuerzas

               armadas,  el  sumo  sacerdote  de  todo  culto  y  representante  de  los  dioses  en  la

               Tierra, y el árbitro de la política; pero, en la práctica, delegaba los asuntos de
               Estado  en  un  puñado  de  funcionarios  de  confianza.  Aprovechándose  de  su

               estatus  y  de  su  riqueza,  aquellos  hombres  que  gobernaron  el  país  durante  el

               Imperio  Nuevo  (y  ciertamente  fueron  todos  hombres;  puede  que  Egipto  se

               aviniera a tener una faraona, pero los resortes del poder seguían siendo un feudo
               masculino)  se  hicieron  construir  sepulturas  hermosamente  decoradas  en  las

               colinas tebanas. Las denominadas «Tumbas de los Nobles» constituyen hoy una

               importante atracción turística, pero también representan una reveladora ventana
               que nos permite echar un vistazo al círculo de allegados del rey. Basta observar

               más  allá  de  las  pinturas  murales  brillantemente  coloreadas  para  que  salte

               abruptamente a la vista la sombría realidad del poder.

                  A  efectos  prácticos,  la  administración  de  Egipto  estaba  dividida  en
               departamentos independientes. El gobierno central combinaba el organismo de

               los reales proyectos de construcción, dirigido por un «supervisor de obras», con

               la  importantísima  Hacienda,  bajo  el  control  del  canciller.  El  ejército  tenía  su
               propio supervisor, así como también las minas de oro nubias, tan vitales para la

               prosperidad de la economía egipcia. El gobierno provincial era responsabilidad

               de delegados regionales tales como el «hijo del rey y supervisor de los países del
               sur», que administraba la Nubia bajo control egipcio, mientras que cada ciudad

               concreta contaba con su propio alcalde. Tebas, la base del poder teológico de la

               monarquía,  era  tratada  como  un  caso  especial,  con  su  propia  administración
               autónoma confiada a los más leales. Cada templo del territorio contaba con su

               propio clero, con autoridad económica además de religiosa. Primus inter pares

               era el sumo sacerdote de Amón, que ejercía un control efectivo sobre las vastas

               extensiones  de  tierras  y  otros  activos  pertenecientes  al  templo  de  Ipetsut.  Por
               último, estaba el departamento responsable de la casa real y de la propiedad que

               atendía sus necesidades materiales. Allí el que mandaba era el «administrador
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