Page 290 - Auge y caída del antiguo Egipto
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real», que controlaba el acceso a la persona del rey y que, por su parte, disfrutaba
               de  un  acceso  privilegiado  al  monarca.  En  el  vértice  de  la  maquinaria  de

               gobierno, desempeñando el papel de intermediario entre todos los departamentos

               y el propio rey, figuraba el cargo de visir (de hecho un primer ministro). En la
               XVIII Dinastía este cargo fue dividido en dos, con un visir del norte con sede en

               Menfis y uno del sur con sede en Tebas. En conjunto se trataba de un sistema

               altamente eficaz, que proporcionaba al rey, a través de sus adláteres, el control

               sobre todos los aspectos de los asuntos de la nación.
                  En la época de las pirámides, los principales cargos del Estado se reservaban

               para los miembros varones de la familia real; pero ese sistema proporcionaba a

               los hermanos pequeños y a los hijos del rey la oportunidad de crearse bases de
               poder rivales, algo que podía resultar desastroso. En los inicios de la V Dinastía,

               los cargos superiores de la administración se habían abierto a hombres ajenos a

               la familia real. Esto no solo mantenía a los potenciales rivales del rey lejos de los

               puestos  de  influencia,  sino  que  además  permitía  que  los  asuntos  de  gobierno
               fueran  llevados  de  una  manera  más  profesional.  A  comienzos  del  Imperio

               Nuevo, cuando Egipto estaba volcado en las relaciones internacionales y en una

               aventura  imperial  de  una  envergadura  sin  precedentes,  se  podía  enviar
               tranquilamente a los parientes varones del rey —con la excepción del príncipe

               heredero— a servir en el ejército (de manera muy parecida a como se haría con

               los  hijos  pequeños  de  los  monarcas  británicos  en  fecha  más  reciente).  Allí
               podían encontrar una vía para canalizar su talento (y su frustración) al servicio

               del Estado. Mientras tanto, en el nivel más alto de la sociedad egipcia se había

               establecido toda una «clase dirigente» de familias de burócratas. Sus miembros
               monopolizaban los mejores empleos, que a menudo se transmitían de generación

               en  generación.  Dentro  de  esta  pequeña  y  claustrofóbica  camarilla,  ambiciosos

               hombres de talento luchaban por el poder, tratando de ganarse el favor del rey

               para progresar en sus carreras profesionales.
                  Un  cuarteto  de  burócratas  de  alto  rango  que  sirvieron  a  las  órdenes  de

               Thutmose  III  y  de  su  sucesor,  ilustra  especialmente  bien  la  naturaleza  de  la
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