Page 309 - Auge y caída del antiguo Egipto
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La edad de oro
PROCLAMAD SU NOMBRE
Todos los reyes egipcios tenían un talento especial para la autopropaganda; era
algo que iba con el cargo. Pero al noveno gobernante de la XVIII Dinastía,
Amenhotep III (1390-1353), debió de resultarle especialmente difícil frenar los
pomposos impulsos de la monarquía. Descendiente de conquistadores y heredero
de un trono bendecido por el dios solar, Amenhotep tuvo la buena suerte añadida
de heredar de su padre, Thutmose IV, una nación con una riqueza sin precedentes
y una estabilidad insólita. El dominio de Egipto sobre Oriente Próximo había
llegado a su apogeo. Se habían establecido y cimentado relaciones pacíficas con
las otras grandes potencias, Babilonia, Asiria y Mitani, e incluso los hititas,
tristemente célebres por su beligerancia, estaban dispuestos a observar la pax
aegyptica, al menos de momento. Durante su reinado, de casi cuatro décadas,
Amenhotep III tendría el raro privilegio de ser el único soberano de toda su
dinastía que no libraría una sola campaña militar en Asia occidental. Lejos de
ello, su período de gobierno se caracterizó por el florecimiento de las artes
propias de los tiempos de paz, y por la promulgación de un culto a la
personalidad de una intensidad desconcertante.
Amenhotep empezó muy pronto. Tras acceder al trono siendo todavía un niño,
su primera experiencia de celebridad regia tuvo lugar después de solo dos años
de reinado, en 1389. En lo que probablemente fue una maniobra premeditada
antes que un acto espontáneo de valentía, el rey tomó parte en una cacería de
toros salvajes en Shetep (la actual Uadi Natrun), al oeste de Menfis. Para señalar