Page 393 - Auge y caída del antiguo Egipto
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del Alto Egipto. Tanto a efectos prácticos como simbólicos, la riqueza del país se
hallaba bajo el control real. Con tan vastos recursos a su disposición, Ramsés
podía permitirse el lujo de entregarse a su obsesión por la monumentalidad,
desde los inmensos colosos de Abu Simbel hasta los majestuosos atrios de
Tebas. Bien podría haber pronunciado él mismo las inmortales palabras del
poema de Shelley:
«Mi nombre es Osimandias, rey de reyes:
¡Contemplad mis obras, oh poderosos, y desesperad!»
LA CASA EN ORDEN
No contento con erigir templos y usurpar monumentos a lo largo y ancho de
Egipto, Ramsés II creó una maravilla arquitectónica de una escala aún mayor,
aunque hoy desaparecida por completo. Su padre, Seti I, había construido un
pequeño palacio de verano junto a la antigua capital de los hicsos en Hutuaret,
donde la familia real ramésida tenía sus orígenes. Seguramente, el joven Ramsés
debió de pasar allí algún tiempo preparándose para la batalla, y, ya como rey, se
propuso transformarlo en algo mucho más grandioso. En dos décadas de
construcción ininterrumpida, crecieron en torno al palacio real una vasta serie de
mansiones, estancias, oficinas y cuarteles, hasta que Ramsés hubo creado una
ciudad totalmente nueva, una capital dinástica que igualaba en esplendor a
Menfis o Tebas. Con su habitual falta de modestia, la llamó Per-Ramsés, «la casa
de Ramsés».
No cabe duda de que se trataba de una residencia agradable, con amplios
barrios y distritos administrativos llenos de palacios, templos y edificios
públicos. La campiña circundante se contaba entre las más productivas de todo
Egipto, y proporcionaba fruta, hortalizas y vino, además de pastos para grandes
rebaños de ganado vacuno. Los escribas describen con admiración la existencia