Page 397 - Auge y caída del antiguo Egipto
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Qadesh y mostrar a los asirios que Egipto era todavía una fuerza con la que
había que contar.
Tras haber vencido a los disidentes en las colinas de Galilea y reconquistado
el importante puerto de Acre, Ramsés no pudo refrenar su bravuconería y avanzó
hacia el que antaño fuera el territorio egipcio de Amurru, ahora dentro del redil
hitita. Una tras otra, varias ciudades-Estado fueron cayendo ante el ejército del
faraón, hasta que Ramsés hubo ocupado toda la zona media del valle del
Orontes, lo que en la práctica equivalía a dividir en dos la más meridional de las
provincias hititas. Parecía que aquella maniobra temeraria podía provocar otra
guerra total, pero la repentina muerte del rey hitita, Muwatallis, sumió al
enemigo de Egipto en una crisis sucesoria que tendría grandes repercusiones.
Muwatallis había dejado el trono a su hijo pequeño, el príncipe Urhi-Teshub,
que llegado el momento accedió a la corona. Pero el tío del nuevo monarca,
Hattusil, tenía otros planes. No pasó mucho tiempo antes de que surgieran dos
cortes rivales y la élite dirigente se viera dividida por lealtades enfrentadas. Tras
una encarnizada lucha intestina prevaleció Hattusil, y Urhi-Teshub huyó a
Egipto, buscando refugio en la corte de Ramsés II. El faraón, que había estado
observando todos aquellos acontecimientos desde la barrera, apenas podía dar
crédito a su buena suerte. En su prolongada lucha por la supremacía con los
hititas, el destino había puesto en sus manos, de manera totalmente inesperada,
la última baza. No bien Urhi-Teshub hubo llegado a Egipto, Hattusil se apresuró
a pedir su extradición inmediata. Ramsés se negó, y puso en estado de alerta a
sus tropas en Siria en previsión de un posible ataque hitita. Pero sus
informaciones diplomáticas sugerían que tal cosa resultaba improbable, puesto
que en Asiria había accedido al poder un nuevo gobernante con sus propias
ambiciones imperialistas. Ramsés calculaba, acertadamente, que los hititas
estarían demasiado preocupados por esa amenaza para que su flanco oriental
reanudara las hostilidades con Egipto. Cuando los asirios invadieron Hanigalbat
por segunda vez y la arrasaron por completo, los hititas se encontraron de
repente en una situación de riesgo extremo. Solo el río Éufrates separaba su