Page 399 - Auge y caída del antiguo Egipto
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Los elementos de esta nueva relación resultaban tan amplios de miras como de
largo alcance: un pacto de no agresión, una alianza defensiva, un acuerdo de
extradición (junto con la promesa de dar un trato humano a las personas
extraditadas), una amnistía para los refugiados y, por último —aunque no por
ello menos importante—, una cláusula para salvaguardar la sucesión real y los
derechos de la monarquía en ambos reinos. Dado que el depuesto Urhi-Teshub
todavía andaba suelto por Egipto, esta última medida había sido una condición
previa impuesta por Hattusil, que de ese modo garantizaba su reivindicación del
trono hitita y los derechos de sus herederos. También favorecía las pretensiones
dinásticas de Ramsés, reflejadas en su radical decisión de ascender a sus
(numerosos) hijos a altos cargos, la primera vez que se adoptaba semejante
política desde hacía mil años. Quedaba así satisfecho el honor tanto de los hititas
como de los egipcios, y los dos bandos podían cantar victoria. Egipto renunciaba
de mala gana a toda esperanza de recuperar Amurru, pero conservaba su otra
provincia asiática, Upe, y veía confirmados sus derechos comerciales en los
puertos libaneses y sirios que se extendían por el norte hasta la lejana Ugarit (la
actual Ras Shamra). Con la firma del tratado, Oriente Próximo recuperaba una
paz que no se veía desde los apasionantes tiempos de la alianza entre Egipto y
Mitani, durante el reinado de Amenhotep III.
De enemigos irreconciliables a buenos amigos: Hattusil y Ramsés celebraron
la transformación de su relación con un intercambio epistolar en el que se
felicitaban mutuamente. También sus esposas se unieron al regocijo, y la
principal consorte de Ramsés, Nefertari, envió costosas joyas y vestidos a su
«hermana» de Hattusa. La única nota amarga era la presencia de Urhi-Teshub en
Egipto, pero Hattusil no podía permitirse el lujo de dejar que ello estropeara unas
relaciones por lo demás amistosas. De hecho, las cosas iban tan bien entre los
dos gobernantes que incluso se iniciaron negociaciones sobre la posibilidad de
un matrimonio diplomático. Para Hattusil y su no menos enérgica esposa,
Puduhepa, el matrimonio de su hija con el gran rey de Egipto serviría para
fortalecer los vínculos entre las dos casas reales y para reforzar su propia