Page 394 - Auge y caída del antiguo Egipto
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de canales llenos de peces, marismas rebosantes de aves acuáticas, campos
repletos de verdes pastos y graneros llenos hasta reventar de cebada y trigo. La
residencia regia, que tenía una extensión de diez kilómetros cuadrados, estaba
situada en un reducto natural a orillas del Nilo, protegida por canales y
promontorios arenosos. Los poetas cortesanos escribían elogios al esplendor de
los palacios de Ramsés, describiendo sus salas hipóstilas y la riqueza sin
parangón de sus ornamentos. Paredes, suelos, columnas y puertas: todo estaba
decorado con mosaicos polícromos en los que se representaban ríos y jardines,
motivos heráldicos y cautivos extranjeros. Las escaleras que llevaban al estrado
del trono estaban adornadas con imágenes de los enemigos del rey postrados, de
manera que él pudiera pisotearlos cada vez que las subiera o las bajara.
Si la residencia real era deslumbrante, el barrio de la élite, en la zona
residencial, apenas le iba a la zaga. El área preferida por los ciudadanos más
ricos de Per-Ramsés parecía un idilio veneciano, con canales, grandes villas y
jardines acuáticos. El centro de la ciudad estaba dominado por un inmenso
templo consagrado a la divina trinidad: Amón, Ra-Horajty y Atón. Custodiado
por cuatro colosales estatuas del rey, rivalizaba con Ipetsut en tamaño y
esplendor. Los cuatro puntos cardinales de la ciudad se hallaban bajo la
protección simbólica de otras tantas grandes deidades. En el sur se encontraba el
templo de Seth, señor de Hutuaret, que se remontaba a la época de los hicsos; en
el norte se construyó un santuario para honrar a la antigua diosa cobra del delta,
Uadyet; en el oeste, otro templo celebraba a Amón de Tebas, y por último, en el
este, y señalando la expansión del Imperio egipcio en Oriente Próximo, se
consagró un santuario a Astarté, que no era en absoluto una deidad egipcia, sino
la diosa siria del amor y la guerra, que había sido asimilada al panteón egipcio y
a la que se había otorgado el papel especial de protectora de los caballos que
tiraban del carro real.
Aun en comparación con lo que era habitual en el Egipto del Imperio Nuevo,
Per-Ramsés era una ciudad cosmopolita. Además de tener un templo consagrado
a una deidad asiática, contaba también con legaciones extranjeras y barrios