Page 422 - Auge y caída del antiguo Egipto
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agobiados  funcionarios  públicos  enviados  desde  el  Ramesseum  para  negociar
               con los huelguistas hubieron de prestar oídos a su letanía de protestas, pero no

               tenían suficiente autoridad para poner remedio a la situación. Solo al anochecer

               regresaron los trabajadores a su aldea. La protesta había durado un día entero. El
               único gesto hacia ellos por parte del Estado fue un irrisorio reparto de pasteles; si

               no tenían pan, que comieran tortas.

                  A la mañana siguiente, con la disputa sin resolver y sin que se vislumbrara el

               cobro de los salarios, los hombres intensificaron sus acciones instalándose ante
               la  puerta  sur  del  Ramesseum,  donde  estaba  el  principal  almacén  de  grano  de

               Tebas. Esta vez, al ponerse el sol se negaron a volver al poblado, y en lugar de

               ello  pasaron  la  noche  manifestándose  ruidosamente.  Al  alba,  unos  cuantos
               hombres animosos penetraron en el propio templo, confiando en persuadir a las

               autoridades  de  que  se  les  pagara  lo  que  se  les  debía.  La  crisis  se  estaba

               descontrolando. Presa del pánico al ver allí dentro a los airados trabajadores, los

               administradores  del  templo  llamaron  al  jefe  de  policía,  Montumes,  quien  les
               ordenó que salieran de inmediato. Pero se negaron. Ya fuera porque no podía o

               porque  no  quería  hacer  valer  su  autoridad,  el  caso  es  que  Montumes  se  vio

               obligado a retirarse con el rabo entre las piernas para pedir consejo a su jefe, el
               alcalde  de  Tebas.  Cuando  volvió,  al  cabo  de  unas  horas,  encontró  a  los

               trabajadores  enfrascados  en  intensas  negociaciones  con  los  sacerdotes  del

               Ramesseum y el secretario del gobierno local de Tebas oeste. Las demandas de
               los hombres estaban claras:



                    Hemos venido porque tenemos hambre y sed. Ya no queda ropa, no queda aceite, no queda pescado, no
                  quedan  hortalizas.  ¡Avisad  [de  ello]  al  faraón,  nuestro  buen  señor,  y  avisad  [de  ello]  al  visir,  nuestro
                  jefe! 13


                  La  mención  del  visir  y  del  faraón  inquietó  claramente  a  las  autoridades

               tebanas.  Si  la  situación  se  agravaba  hasta  desembocar  en  una  crisis  nacional,
               sabían que sus puestos —y sus cuellos— correrían peligro. Así pues, tras varias
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