Page 429 - Auge y caída del antiguo Egipto
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Una espada de doble filo
SUDOR Y LÁGRIMAS
Para el habitante medio del antiguo Egipto, solo dos cosas en la vida eran
seguras: la muerte y los impuestos. Desde el primer aliento de un bebé, los dos
espectros gemelos de la muerte y la miseria acechaban cada minuto del día. La
mortalidad infantil era terriblemente elevada, y de entre quienes lograban
escapar a los peligros de la infancia pocos podían aspirar a vivir mucho más de
treinta y cinco años. No era solo la combinación de la pobreza y una dieta escasa
la que reducía la esperanza de vida. En las insalubres condiciones de las
ciudades y pueblos egipcios, abundaban las enfermedades infecciosas y las
transmitidas por el agua. La esquistosomiasis, la hepatitis, la dracunculiasis y la
amebiasis eran realidades ineludibles de la vida cotidiana. Los que no morían a
causa de aquellas desagradables afecciones, a menudo quedaban desfigurados o
incapacitados. Las deficiencias visuales, causadas por enfermedades o por
heridas, eran especialmente frecuentes: «La aldea estaba llena de personas con
los ojos legañosos, tuertas o ciegas, con los párpados inflamados o infectados, de
todas las edades». 1
Como si las aflicciones de la enfermedad y de la muerte prematura no fueran
ya lo bastante malas, las circunstancias económicas y la estructura del Estado
egipcio se confabulaban para mantener a la mayoría de la gente normal y
corriente en un estado de penuria permanente. Incluso en un buen año, la
explotación agraria media proporcionaba poco más que unos ingresos de
subsistencia. Si el campesino hubiera podido conservar la cosecha entera para su