Page 434 - Auge y caída del antiguo Egipto
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Tras  enumerar  a  los  aproximadamente  nueve  mil  integrantes  que  regresaron
               vivos, añade, casi como una apostilla, «y los que han muerto y se omiten en esta

               lista: novecientos hombres». La cifra resulta escalofriante: un trabajador medio

               incorporado a un servicio de trabajo colectivo forzoso para el Estado tenía una
               posibilidad  entre  diez  de  morir.  Con  todo,  tales  pérdidas  no  se  consideraban

               catastróficas ni inusuales.

                  En el antiguo Egipto, la vida valía muy poco.





               UNA ESPIRAL DESCENDENTE


               Por  desagradable  que  pudiera  resultar,  el  trabajo  forzado,  en  teoría,  formaba

               parte  del  contrato  entre  el  pueblo  egipcio  y  sus  gobernantes.  A  cambio  del
               esfuerzo diario de sus súbditos, el rey garantizaba el orden eterno del cosmos,

               apaciguando  a  los  dioses  y  asegurando  la  constante  prosperidad  de  Egipto.

               Incluso en la mentalidad del agobiado y oprimido campesinado, casi podía llegar

               a defenderse como un intercambio que merecía la pena; salvo por el hecho de
               que, tras la muerte de Ramsés III, los gobernantes del país fueron notoriamente

               incapaces  de  cumplir  con  su  parte del trato. Tras la confusión que rodeó  a la

               muerte  de  su  padre,  Ramsés  IV  veía  el  futuro  con  optimismo:  «[Desde  que]
               Egipto  ha  entrado  en  su  tiempo  de  vida,  se  ha  iniciado  un  período  de  alegría

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               [para el país]».  Como otra señal más de sus esperanzas de una gloria renovada,
               eligió  sus  títulos  reales  a  imagen  y  semejanza  de  los  de  su  ilustre  antecesor,

               Ramsés II, e incluso planeaba superar en longevidad al poderoso Osimandias. En
               una  estela  consagrada  en  Abedyu  en  el  cuarto  año  de  su  reinado,  Ramsés  IV

               daba  las  siguientes  instrucciones  a  los  dioses:  «Dadme  a  mí  el  doble  de  la

               prolongada existencia y el gran reinado del Rey Usermaatra-setepenra [Ramsés
               II], el gran dios». 4

                  Además de una larga vida, el deseo de todo faraón era que sus herederos le

               sucediesen sin que se rompiera la línea sucesoria. En el caso de Ramsés IV, este
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