Page 439 - Auge y caída del antiguo Egipto
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daba la impresión de que una serie de reinados breves no hacían sino subrayar la
ineficacia de los gobernantes egipcios. El concepto de la realeza divina parecía
cada vez más abstracto; la evidente condición de mortales de Ramsés VI, VII y
VIII —los tres fallecieron en el plazo de once años— simplemente evidenciaba
su falta de méritos ante los dioses. La política aborrece el vacío, y al tiempo que
la influencia de la corte real declinaba, crecía el número de grandes familias en
las provincias. Particularmente en Tebas, los cargos más importantes se
concentraban cada vez más en manos de un pequeño número de dinastías
«aristocráticas». Dichos cargos se transmitían de padres a hijos, en concordancia
con el ideal egipcio, pero ignorando el ideal superior de la prerrogativa real. Así,
el rey ejercía una influencia cada vez menor, y los cargos públicos se volvieron
casi hereditarios.
Esta tendencia queda de manifiesto en la que fue la figura más rica y poderosa
de Tebas durante casi toda la última etapa de la XX Dinastía: Ramsés-Najt, sumo
sacerdote de Amón. Su «leal» nombre («Ramsés es victorioso») era solo para
impresionar. En realidad, el sumo sacerdote y su familia eran los gobernantes de
facto de Tebas y, junto con ella, de una gran parte del sur de Egipto. Ramsés-
Najt vio pasar nada menos que a seis faraones (ejerció el cargo desde los últimos
años de Ramsés III hasta el reinado de Ramsés IX). Era el sumo sacerdote, y no
el rey, el nuevo hombre fuerte del gobierno tebano. Ramsés-Najt se encargó de
que le sucedieran por turno dos de sus hijos, Nesamón y Amenhotep. Cuando
este último se mandó representar en Ipetsut, lo hizo a la misma escala que su
soberano; no podía haber un indicio más claro del ocaso del estatus real más allá
de los muros del templo.
CRIMEN Y ENCUBRIMIENTO
La santidad de la tumba real era un principio fundamental en las creencias del
antiguo Egipto desde los mismos comienzos de la historia faraónica. Si la