Page 443 - Auge y caída del antiguo Egipto
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el visir habían desaparecido misteriosamente de la escena, al igual que los
propios ladrones. No quedaban testigos.
Paueraa sobrevivió y prosperó. Los robos continuaron.
Tres décadas y varios robos importantes después, Ramsés XI (1099-1069)
creó una segunda comisión real. Esta vez, para reducir la probabilidad de
encubrimiento, la investigación fue dirigida por el propio visir, como
representante personal del rey en el Alto Egipto, ayudado por el tesorero real y
dos reales mayordomos. Aunque el gobierno estaba demostrando hasta qué
punto se tomaba en serio el problema, lo cierto es que estaba poco preparado
para la envergadura de la corrupción que revelaron sus investigaciones. Una vez
más, la mayoría de las personas involucradas en los robos cometidos en las
tumbas reales, procedían del poblado de los trabajadores. Pero esta vez no
habían actuado solos. La comisión encontró evidencias de una negligencia y
complicidad generalizadas entre los funcionarios del templo y del Estado.
Algunos habían hecho la vista gorda ante una serie de delitos cometidos ante sus
narices, y otros habían colaborado activamente en los robos y se habían quedado
parte del botín. Uno de los sospechosos interrogados por el tribunal se había
declarado inocente basándose en este argumento: «Yo vi la lección que se les dio
a los ladrones en la época del visir Jaemuaset. ¿Es probable, pues, que me
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propusiera buscar una muerte tal?»; aun así, la comisión llegó a la conclusión
de que mentía. Otro ladrón decidió confesar desde el primer momento,
explicando cómo él y otros cuatro cómplices habían despojado una tumba de sus
vasijas de plata y se habían repartido el botín. La comisión sospechó de aquella
confesión espontánea, de modo que ordenó que se le «examinara con el palo, la
vara de azotar y el tornillo». Pero él mantuvo su versión: «Yo no vi nada más; lo
que vi es lo que he dicho». Tras una segunda paliza y la promesa de muchas
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más, se vino abajo: «¡Parad, hablaré…!». Un poco de tortura obraba maravillas.
A medida que se ensanchaba la red, las autoridades empezaron a pescar unos
cuantos peces gordos. Un ladrón del gran templo de Amón-Ra en Ipetsut,
probablemente el lugar más sagrado de todo Egipto, se había revelado