Page 440 - Auge y caída del antiguo Egipto
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prosperidad  de  la  tierra  dependía  de  la  voluntad  divina  y  el  bienestar  de  los
               dioses, de las atenciones del rey, entonces la eterna supervivencia y benevolencia

               eternas del monarca redundaban en interés de todos. La tumba real se diseñaba

               no meramente como el lugar de reposo definitivo para un gobernante egipcio,
               sino como su pasaporte al otro mundo y la garantía de su renacimiento. Como

               tal,  representaba  la  estructura  más  importante  del  país.  El  ideal  de  su

               inviolabilidad había sido crudamente quebrantado durante los conflictos sociales

               del Primer Período Intermedio, cuando las pirámides del Imperio Antiguo habían
               sido  objeto  de  robo  y  profanación  con  total  impunidad.  Un  destino  similar

               sufrieron al parecer las pirámides del Imperio Medio durante los oscuros días del

               dominio  hicso.  Así  pues,  la  opción  de  pasar  a  construir  tumbas  ocultas,
               subterráneas  y  talladas  en  la  roca  por  parte  de  los  gobernantes  del  Imperio

               Nuevo  había  traído  consigo  la  renovada  esperanza  de  que  se  permitiera  a  las

               momias de los monarcas egipcios descansar en paz por toda la eternidad.

                  Sin  embargo,  al  ser  como  es  la  naturaleza  humana,  la  discordia  e
               incertidumbre  del  final  de  la  XVIII  Dinastía  habían  propiciado  diversas

               tentativas oportunistas de robar algunas de las tumbas del Valle de los Reyes.

               Pese a todos los esfuerzos de los monarcas por ocultar sus sepulcros tanto de las
               miradas curiosas como de las manos codiciosas, era evidente que la información

               sobre  el  emplazamiento  de  las  tumbas  había  acabado  filtrándose.  Horemheb

               había  tratado  de  contrarrestar  esta  amenaza  reformando  el  poblado  de  los
               trabajadores en el Lugar de la Verdad. Se eliminó la mano de obra irregular, o

               incluso  ocasional,  de  anteriores  reinados,  y  en  su  lugar  se  estableció  una

               comunidad cerrada y férreamente controlada, con la muerte como única vía de
               salida. A cambio de su juramento de guardar silencio perpetuo, los trabajadores y

               sus  familias  podían  confiar  en  que  el  Estado  cuidaría  de  ellos,  recibiendo  un

               empleo garantizado y raciones mejores que las habituales. Los trabajadores más

               destacados incluso podían esperar alcanzar cierto grado de prosperidad y tener
               su  propia  tumba  en  la  ladera  que  dominaba  el  poblado.  Era  un  acuerdo

               formulado para apelar al propio interés de ambas partes.
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