Page 435 - Auge y caída del antiguo Egipto
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anhelo era aún más intenso a causa de su amarga experiencia. Consciente del
               complot  gestado  en  el  harén  que  tan  cerca  había  estado  de  despojarle  de  la

               corona,  arremetía  contra  las  principales  deidades  de  Egipto,  pidiéndoles  —o,

               mejor  dicho,  ordenándoles—  lo  siguiente:  «¡Otorgad  mi  gran  cargo  a  mis
                                                                                                         5
               herederos; mirad que los desafectos son la abominación de sus majestades!».  Si
               él,  Ramsés,  cumplía  con  su  deber  de  embellecer  los  templos  de  los  dioses  e

               incrementar sus ofrendas, entonces ellos debían pagarle con la misma moneda y

               concederle sus peticiones.
                  Pero los dioses ya no escuchaban.

                  Para celebrar su ascenso al trono, Ramsés IV había autorizado una donación

               de  plata  a  los  trabajadores  de  la  tumba  real,  a  fin  de  ganarse  su  voluntad  y
               garantizar que realizaran su tarea a conciencia. También había doblado la mano

               de obra de 60 a 120 trabajadores por si acaso. Sin embargo, al final su sepulcro

               resultaría ser bastante pequeño y estar bastante mal acabado. Pese a su deseo de

               gloria y su predilección por los proyectos ambiciosos, ninguno de los templos
               del rey llegaría a ser completado. La economía de Egipto se debilitaba al tiempo

               que su gobierno se anquilosaba. Al parecer, faltaban tanto los medios como la

               voluntad  necesarios  para  mantener  el  nivel  de  gasto  público  que  había
               caracterizado a la edad de oro del Imperio Nuevo. Y, por lo que respecta a un

               «largo reinado», Ramsés IV había pedido a los dioses 134 años en el trono; el

               destino le concedió solo seis (1156-1150).
                  Mientras que Ramsés IV se había esforzado en mantener las apariencias en

               cuanto a su autoridad regia, sus sucesores renunciaron a cualquier pretensión en

               ese sentido. Aunque todos ellos tomaron el nombre de Ramsés (tan grande era su
               prestigio), ninguno supo mostrar la misma determinación, firmeza o capacidad

               de liderazgo que sus dos famosos homónimos. Egipto tuvo la suerte de no tener

               que  enfrentarse  a  otra  invasión  masiva  de  la  envergadura  del  ataque  de  los

               Pueblos del  Mar durante el  reinado de  Ramsés III, pero sus fronteras estaban
               lejos  de  resultar  seguras  frente  a  incursiones  hostiles.  Ya  no  había  ninguna

               superpotencia en Oriente Próximo contra la que Egipto tuviera que defender sus
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