Page 445 - Auge y caída del antiguo Egipto
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ejerciendo mayor influencia que el alcalde de Tebas o incluso que el visir del sur.
               El gran templo de Amón-Ra en Ipetsut era el mayor terrateniente de la región,

               pues controlaba amplias extensiones de tierras con miles de aparceros. También

               contaba  con  grandes  talleres  que  empleaban  a  cientos  de  artesanos,  y  sus
               graneros, anexos a los templos funerarios de Ramsés II y III, actuaban como el

               principal «banco de reserva» no solo de Tebas, sino de todo el Alto Egipto. El

               hombre  que  controlaba  Ipetsut  y  su  riqueza  económica  controlaba  Tebas.

               Mientras que los reyes se sucedían unos a otros, esta prestigiosa sinecura estaba
               monopolizada por una misma familia, la de Ramsés-Najt. En tiempos difíciles,

               esta dinastía local proporcionaba cierto grado de continuidad y estabilidad, por

               más que no pudiera servir de mucha ayuda a las vidas cada vez más arruinadas
               de las personas normales y corrientes.

                  Pero  entonces,  en  1091,  el  malestar  que  azotaba  a  Tebas  llegó  a  su  punto

               culminante.  Hambrientos,  desesperados  y  frustrados  por  la  intransigencia  del

               sumo  sacerdote  Amenhotep,  un  grupo  de  tebanos  se  las  arreglaron  para
               destituirlo a la fuerza de su cargo y reemplazarlo por un hombre de su elección.

               Durante  ocho  meses,  Amenhotep  languideció  en  su  casa,  despojado  de  los

               atributos del poder, privado de su acostumbrada riqueza y políticamente aislado.
               Para  un  orgulloso  vástago  de  la  principal  familia  tebana,  era  toda  una

               humillación.  Y,  lo  que  era  aún  peor,  solo  había  una  persona  en  Egipto  que

               pudiera  reinstaurar  a  un  sumo  sacerdote,  y  ese  era  el  rey.  No  es  que  ir  a
               arrastrarse  ante  el  faraón  resultara  una  perspectiva  muy  halagüeña  para

               Amenhotep, pero era consciente de que ese era el único camino para recuperar el

               poder. De modo que, tragándose el orgullo, fue a pedirle a Ramsés XI, allá en su
               distante residencia real de Per-Ramsés, que le restituyera en su legítimo cargo.

                  Ramsés  se  vio  atrapado  entre  la  espada  y  la  pared.  Si  no  respondía  a  las

               súplicas de Amenhotep y dejaba que el usurpador ocupara su lugar en Ipetsut,

               aquello equivaldría a admitir su impotencia, lo que en la práctica marcaría el fin
               del  dominio  del  rey  en  el  Alto  Egipto.  Si,  en  cambio,  tomaba  medidas  para

               restituir  a  Amenhotep  como  sumo  sacerdote,  no  haría  sino  confirmar  la
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