Page 451 - Auge y caída del antiguo Egipto
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gobernada  por  una  élite  militar.  Aunque  tanto  Herihor  como  Nesbanebdyedet
               defendían de boquilla la continuidad del reinado de Ramsés XI, no podía negarse

               dónde residía el verdadero poder. Aislado y convertido en un virtual prisionero

               en  su  propia  residencia  real,  el  último  de  los  ramésidas  había  visto  cómo  la
               autoridad faraónica se le escapaba de las manos a causa de una combinación de

               malas  decisiones  y  una  benigna  negligencia.  El  mismo  ejército  que  llevara  al

               poder a las XIX y XX Dinastías, presidía ahora la división formal del país. El

               poderío militar había resultado ser, de hecho, una espada de doble filo.
                  En 1069, cuando Ramsés XI yacía en su lecho de muerte después de treinta

               años en el trono, el propio Nilo parecía señalar el final de una era. La «boca

               pelusia»  del  gran  río,  donde  se  había  fundado  Per-Ramsés  dos  siglos  antes,
               llevaba cierto tiempo acumulando sedimentos. Al final del reinado de Ramsés

               XI, el brazo principal estaba tan obstruido que los barcos ya no podían utilizar

               los puertos de la ciudad. Era una adecuada metáfora de la propia esclerosis del

               régimen. Privados del comercio y de las vías de comunicación, los mercaderes,
               escribas  y  burócratas  abandonaron  Per-Ramsés  en  favor  de  un  nuevo

               emplazamiento, Dyanet (la Tanis clásica, la actual San el-Hagar), a unos veinte

               kilómetros al norte. Cuando el cortejo fúnebre del anciano rey partió del palacio
               real  de  Per-Ramsés,  seguido  de  un  puñado  de  viejos  sirvientes,  la  dinastía

               ramésida y la sede de su gobierno perecieron a la vez.
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