Page 457 - Auge y caída del antiguo Egipto
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ambiciosos habían sido capaces de obtener puestos de considerable influencia en
el corazón del gobierno egipcio. Dos de tales individuos fueron Pianj y Herihor,
los caudillos que encabezaron la junta militar tebana en los últimos días del
reinado de Ramsés XI.
En 1069, los libios que vivían en Egipto no solo habían accedido a los altos
cargos, sino que estaban preparados para asumir el propio gobierno. Con la
muerte de Ramsés XI, y tan solo dos siglos después de sufrir las primeras
incursiones libias, el valle del Nilo pasó a estar bajo el control extranjero; no por
una invasión o un conflicto armado, sino gracias a la disciplina y determinación
de un enemigo interno. Por primera vez en la historia egipcia, los siervos se
habían convertido en señores.
Durante los cuatrocientos años siguientes, Egipto estaría dominado por libios
con una gran influencia política; un giro radical de los acontecimientos que
tendría un profundo efecto en todos los aspectos de la sociedad. Aunque los
primeros de tales gobernantes extranjeros, hombres como Herihor y su cuñado
Nesbanebdyedet, llevaron tradicionales nombres piadosos egipcios (con sus
referencias a Horus y al dios carnero de Dyedet), esa parafernalia externa de
decoro faraónico no era más que una ilusión. Bajo una fina capa de tradición,
afloraban los rasgos no egipcios. En las zonas predominantemente libias del
delta, los dignatarios locales llevaban en sus cabellos tocados tradicionales libios
de plumas como un orgulloso distintivo de su origen étnico, al tiempo que
reaparecieron los títulos de autoridad libios. Una vez que los generales libios
hubieron adquirido poder tras la muerte de Ramsés XI, sus parientes tuvieron
aún menos motivos para integrarse en la población de acogida, y en el plazo de
unas pocas generaciones muchas familias volvieron a poner a sus hijos nombres
descaradamente libios; nombres que sonaban extraños, como Osorkon,
Sheshonq, Iuput, Nimlot y Takelot. Con un sentido tan fuerte de su identidad,
varias generaciones de habitantes de la parte occidental del delta pasaron a
considerarse libias, no egipcias; un fenómeno que perduraría lo suficiente como
para ser mencionado por Herodoto cinco siglos después.