Page 462 - Auge y caída del antiguo Egipto
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un jefe de los libu (las dos principales tribus libias establecidas en Egipto), que
teóricamente debían lealtad al principal linaje real, aunque en la práctica el «rey»
era tan solo el primus inter pares. Aun así, los monarcas establecidos en Dyanet
(la Tanis clásica) eran lo bastante conscientes de su teórica preeminencia como
para emprender un grandioso proyecto digno de su estatus faraónico: la
transformación de su residencia real en una capital ceremonial tan magnífica
como Tebas.
Desde sus humildes orígenes como sustituta de Per-Ramsés, Dyanet creció
rápidamente bajo el patrocinio de los reyes del norte hasta convertirse en la
mayor ciudad del delta. Estaba situada en uno de los principales brazos del Nilo,
en una zona tan favorable para el comercio como para la pesca y la caza de aves.
A fin de crear espacio para los barrios residenciales y los edificios públicos, la
primera prioridad era elevar las orillas del brazo principal para ganar tierra en
ambos lados. Solo entonces podía empezarse a construir en serio.
Si Dyanet había de ser la equivalente de Tebas en el norte, necesitaba un
centro ceremonial igualmente magnífico, un grandioso templo consagrado al
dios estatal Amón-Ra. Por desgracia, muchas de las principales canteras de
Egipto estaban en el sur, bajo control tebano, y la capacidad económica de los
reyes del norte se veía fuertemente restringida. Un real proyecto de construcción
a gran escala como los que hubieran podido emprenderse en los días gloriosos
del Imperio Nuevo ya no resultaba una propuesta práctica. En cambio,
Nesbanebdyedet y sus dos sucesores, Amenemnesu (1045-1040) y
Pasebajaenniut I (1040-985), optaron por algo mucho más simple: reciclar
monumentos y materiales de construcción de la cercana Per-Ramsés y otros
emplazamientos del delta. La antaño deslumbrante residencia ramésida fue
sistemáticamente despojada de su piedra, y se desmontaron obeliscos, estatuas y
bloques de construcción para ser arrastrados a lo largo de los veinte kilómetros
que la separaban de Dyanet y ser montados allí de nuevo. A menudo, los reyes
del norte ni siquiera se molestaron en inscribir de nuevo los monumentos
saqueados; un indicio más de que solo respetaban de boquilla las ancestrales