Page 465 - Auge y caída del antiguo Egipto
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               vuelva».  Las instrucciones del general a sus cómplices marcaron el principio de
               una política deliberada consistente en despojar las reales tumbas de su oro para

               financiar la guerra contra Panehesy y otras ambiciones, más amplias, de Pianj. El

               hecho de que todo esto sucediera aún bajo el antiguo régimen muestra dónde
               residía  realmente  el  poder.  Una  vez  que  Ramsés  XI  hubo  fallecido,  que  la

               monarquía del Imperio Nuevo pasó a la historia y que los gobernantes militares

               de  Tebas  se  convirtieron  de  facto  en  los  reyes  del  Alto  Egipto,  el

               desmantelamiento  sistemático  de  la  real  necrópolis  pudo  llevarse  a  cabo
               abiertamente como parte de la política oficial del gobierno.

                  En un primer momento, los principales objetivos de los ladrones fueron las

               tumbas de la XVII Dinastía, los sepulcros de parientes reales del Valle de las
               Reinas  y  los  templos  funerarios  de  los  reyes  en  las  lindes  de  los  terrenos  de

               cultivo. Luego, bajo el pretexto de salvaguardar la integridad de todas las tumbas

               reales, las autoridades desplazaron su interés al propio Valle de los Reyes. En el

               cuarto  año  del  gobierno  de  Herihor  (1066),  Butehamón  recibió  la  orden  de
               realizar un «trabajo» en la tumba de Horemheb. Era el principio del fin para la

               necrópolis real. A lo largo de la década siguiente, las tumbas de los faraones del

               Imperio Nuevo fueron vaciadas una a una. Hasta parece ser que los trabajadores
               que realizaron la tarea tenían un mapa del valle (seguramente proporcionado por

               las  autoridades)  para  orientarse  durante  el  saqueo.  Su  principal  objetivo  era

               expropiar las grandes cantidades de oro y otros objetos de valor enterrados en las
               colinas tebanas. Estos fueron incorporados rápidamente al erario estatal, dejando

               solo  las  momias  —burdamente  despojadas  de  sus  vendajes  en  busca  de  joyas

               ocultas—, las cuales eran transportadas a la imponente oficina de Butehamón en
               Dyanet  para  ser  «procesadas»  y  vendadas  de  nuevo.  Apenas  sorprende  que

               Butehamón se refiriera a sí mismo, sin un ápice de ironía, como el «supervisor

               de  los  tesoros  de  los  reyes».  Tan  extendido  estaba  en  esa  época  el  robo  de

               tumbas en la necrópolis tebana que hasta los ciudadanos particulares diseñaban
               sus propios entierros poniendo un énfasis obsesivo en la inaccesibilidad, a fin de

               dificultar al máximo la tarea de los ladrones.
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