Page 469 - Auge y caída del antiguo Egipto
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Tebas y el Alto Egipto, donde todavía predominaban los egipcios piadosos.
                  En  realidad,  la  teocracia  representaba  un  conveniente  juego  de  manos,  una

               hoja  de  parra  con  la  que  cubrir  la  embarazosa  realidad  de  una  monarquía

               fracturada. Pero era importante mantener la ficción, de manera que los oráculos
               se convirtieron en un instrumento regular de la política del gobierno. Tanto en

               Dyanet  como  en  Tebas,  el  dios  Amón  celebraba  «audiencias»  y  promulgaba

               decretos como cualquier monarca humano. En la capital del sur, esta tendencia

               culminó en la institución de una ceremonia regular, la Hermosa Festividad de la
               Divina Audiencia, en la que el oráculo de Amón se pronunciaba sobre diversos

               asuntos de Estado. Obviamente, quienes más se beneficiaron de este nuevo tipo

               de administración, aparte de los propios gobernantes libios, fueron los sacerdotes
               que oficiaban e interpretaban a los oráculos. Viviendo con un considerable lujo

               en el recinto sagrado de Ipetsut, miraban por sus propios intereses al tiempo que

               servían a su divino señor.

                  Su devoción tanto a la divinidad como al dinero salió a la luz de una forma
               especialmente  llamativa  durante  el  pontificado  de  Pinedyem  II  (985-960).  En

               Ipetsut  estalló  una  agria  disputa  entre  las  dos  clases  de  sacerdotes  —los

               «sirvientes del dios» y los «puros»— por el acceso a los ingresos del templo.
               Los  sirvientes  del  dios,  por  constituir  el  más  veterano  de  los  dos  grupos,

               guardaban  celosamente  su  acceso  especial  al  sanctasanctórum,  velado  a  los

               demás mortales. Este privilegio comportaba a la vez el acceso a las ofrendas en
               forma de comida, bebida y otros productos que se depositaban ante la estatua de

               culto  de  Amón  durante  el  oficio  diario  del  templo.  Una  vez  que  Amón  había

               «terminado» con ellas, dichas ofrendas se recogían y redistribuían regularmente
               entre los sirvientes del dios, lo que representaba para ellos una buena fuente de

               ingresos. En cambio, a los puros no se les permitía acceder al santuario, y en

               lugar de ello se les empleaba para realizar otras tareas auxiliares en las partes

               externas del templo. Una de dichas tareas consistía en transportar la barca-altar
               de Amón cuando esta abandonaba el santuario para participar en procesiones,

               tanto en el interior del recinto del templo como fuera de sus muros, por las calles
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