Page 70 - Auge y caída del antiguo Egipto
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varias  construcciones  previamente  identificadas  como  sepulcros  pueden
               reinterpretarse del mismo modo, esto es, como centros de culto a la realeza. Está

               claro que el rey y sus obras dominan el registro escrito y artístico de las primeras

               dinastías,  mientras  que  las  diversas  deidades  desempeñan  tan  solo  un  papel
               secundario.  La  cuestión  de  dónde están  los dioses en las primeras fases de la

               cultura  egipcia  podría  tener  una  respuesta  desconcertante:  en  los  inicios  del

               antiguo  Egipto  los  reyes  eran  los  dioses.  La  monarquía  no  solo  era  parte

               integrante de la religión, sino que ambas eran sinónimas.
                  Este sería el tema dominante de la civilización faraónica hasta su mismo final;

               pero también tenía su lado oscuro. Si observamos de nuevo las cabezas de maza

               de Narmer y Escorpión, los propios objetos —dejando aparte su decoración—
               nos dicen algo sobre el carácter de la monarquía egipcia. Las cabezas de maza

               eran  símbolos  de  autoridad  desde  tiempos  prehistóricos,  y  ello  por  razones

               obvias: esgrimir una maza entrañaba una exigencia de respeto y obediencia. El

               hecho de que las cabezas de maza fueran adoptadas como símbolos del poder
               regio, dice mucho sobre la naturaleza de la autoridad de los reyes en el antiguo

               Egipto. Las escenas de la paleta de Narmer constituyen un recordatorio más de la

               brutalidad  que  sustentaba  a  la  realeza  egipcia.  En  una  cara  de  la  paleta  se
               muestra  al  rey  con  una  maza,  dispuesto  a  golpear  a  su  enemigo.  En  la  otra,

               Narmer no solo ha derrotado a sus adversarios, sino que los ha sometido a una

               ulterior  humillación:  se  le  representa  inspeccionando  varias  filas  de  cuerpos
               decapitados que han sufrido la indignidad añadida de que se les mutilaran los

               genitales. Las cabezas y los penes de las víctimas aparecen colocados entre sus

               piernas, y solo a uno de los muertos se le ha permitido conservar la virilidad. Por
               incómodo que pueda resultarnos, hemos de suponer que los antiguos egipcios de

               la  época  de  Narmer  acostumbraban  a  humillar  de  ese  modo  a  sus  enemigos

               derrotados.

                  En la cúspide de la sociedad egipcia, el rey encarnaba esta faceta despiadada.
               Mientras que, por una parte, se mostraba ansioso por retratarse a sí mismo como

               el unificador del país, una presencia divina en la Tierra que mantenía el orden de
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