Page 65 - Auge y caída del antiguo Egipto
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Si el arte podía utilizarse para proyectar la autoridad del rey, es obvio que la
arquitectura podía hacer lo mismo, pero con mucha mayor eficacia y a una
escala monumental. Como todos los gobernantes totalitarios de la historia, los
reyes de Egipto tenían obsesión por las grandes construcciones, diseñadas para
reflejar y magnificar su estatus. Desde los mismos comienzos del Estado
egipcio, la monarquía se mostró especialmente adepta al uso del vocabulario
arquitectónico con fines ideológicos, y eligió hacer especial hincapié en un
determinado estilo de construcción como la expresión visible de la realeza. El
tipo de fachada elaborada alternando entrantes y salientes —que en el soleado
clima de Egipto crearía un patrón de luces y sombras de gran eficacia— se había
desarrollado inicialmente en Mesopotamia, a mediados del cuarto milenio a.C.
Como sucediera con otros préstamos culturales del período de formación del
Estado, este peculiar estilo arquitectónico halló una buena acogida entre los
primeros gobernantes de Egipto. Resultaba tan exótico como imponente; es
decir, ideal como símbolo del poder regio. De ahí que fuera rápidamente
adoptado como estilo arquitectónico preferente para los palacios del rey, incluido
el complejo real de la capital, Menfis, que constituía la principal sede de
gobierno. Con su exterior encalado, esta construcción, conocida como el «Muro
Blanco», debía de tener un aspecto deslumbrante, comparable en su simbolismo
a la «Casa Blanca» de una moderna superpotencia. Otras construcciones reales
edificadas por todo el territorio se hicieron conscientemente a imitación del
Muro Blanco, de manera que lo que originariamente era un motivo
arquitectónico de origen extranjero, se convirtió rápidamente en uno de los
elementos distintivos de la monarquía egipcia.
EL PAPEL DE LA TITULATURA
A lo largo de toda la historia faraónica, la iconografía y la arquitectura
desempeñaron siempre un importante papel a la hora de proyectar la imagen