Page 87 - Auge y caída del antiguo Egipto
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de la II Dinastía ocultaba una serie de crecientes tensiones en el conjunto del
país. Parece ser que, hacia la mitad del reinado de Nynecher (c. 2700), existía un
importante malestar social. Una oscura entrada en la piedra de Palermo habla de
«despedazar Shem-ra y el norte». Si el Bajo Egipto estaba tratando de escindirse
del control central, ello podría explicar por qué los dos o tres reyes que
sucedieron a Nynecher eran desconocidos en el sur del país. Quizá el hecho de
que la I Dinastía se hubiera centrado en el Alto Egipto había provocado un
resentimiento latente entre la población del norte. La segunda mitad de la II
Dinastía proporciona nuevas y tentadoras pistas que invitan a pensar en una
ruptura política. Tres o cuatro generaciones después de ser abandonado, Abedyu
fue puntualmente restablecido como cementerio real. La decisión la adoptó un
rey que, en un acto único en toda la historia del antiguo Egipto, se proclamó a sí
mismo la encarnación terrenal no de Horus (dios de la realeza), sino de Seth
(dios de los desiertos y divinidad local de Nubt). Solo podemos conjeturar las
razones de un cambio tan radical; el hecho de que el culto a Seth se centrara en
el Alto Egipto podría haberle resultado atractivo a un rey cuya autoridad parece
haber sido mayor en el sur del país. Sin embargo, pese a este título sin
precedentes, parece que el rey-Seth Peribsen (c. 2680) puso especial cuidado en
adoptar los otros símbolos de la monarquía tradicional egipcia. Su tumba en
Abedyu fue construida conscientemente a imagen y semejanza de las de sus
precursores de la I Dinastía, retrocediendo deliberadamente a los primeros años
del Estado faraónico. Peribsen fue también el primer rey desde Qaa que se
construyó un palacio funerario independiente en Abedyu.
En general, las evidencias escritas y arquitectónicas de mediados de la II
Dinastía sugieren un período de agitación. La difícilmente lograda unidad de
comienzos de la monarquía egipcia se vio debilitada y socavada, y la propia
institución de la realeza se encontró sometida a mayor tensión que en ninguna
otra época desde las guerras de unificación. Lo que necesitaba el Estado era otro
líder fuerte al estilo de Narmer, alguien con el carisma, la fuerza y la
determinación necesarios para reconstruir el edificio del poder antes de que todo