Page 191 - Lara Peinado, Federico - Los etruscos. Pórtico de la historia de Roma
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de la necrópolis de Podere Lippi, de la mitad del siglo vil a.C. o poco antes. Si bien
la interpretación de las cinco escenas que aparecen plasmadas presenta graves dificul
tades, la escena de la partida nupcial de una mujer en un carro de cuatro ruedas ha
ce del trono una pieza que ha de incluirse en el ámbito del mundo femenino. Para
M. Torelli, quien considera este trono lígneo como un unicum, las escenas se hallan
ambientadas en los confines de un territorio, en donde se efectúan intercambios de
bienes de naturaleza matrimonial, centrados en tejidos.
Asimismo, por un mojón de arenisca de Chiusi, sabemos de un cortejo que se di
rige hacia la casa de los futuros esposos, quienes se hallan ante la puerta, debajo de
un baldaquino, en compañía de otra persona que toma el brazo a la novia y hace ac
titud de entregarla al novio. Luego, mediante la unión de las manos derechas de am
bos cónyuges (dextrarum iunclio), el matrimonio recibía sanción legal.
Un ejemplo de esta unión de manos se halla figurado en el relieve de un sarcófago
de un sepulcro vulcente de Ponte Rotto (hoy conservado en el Museum of Fine Arts
de Boston), fechable entre el 375 y el 370 a.C., que recoge la escena de un matrimonio.
Aún era exigible una última ceremonia, que también conocemos por una pequeña
urna hallada en Chiusi. Consistía ésta en el rito de la cobertura nupcial de los esposos
con un velo y con una corona dorada, símbolos de la futura vida en común.
Debemos suponer que el día de la boda sería fijado de acuerdo con presagios fa
vorables, extraídos de los sacrificios dispuestos al efecto, evitándose los días y meses
de malos augurios. En fechas previas a la ceremonia, la novia sería —si nos hemos de
guiar por las posteriores costumbres romanas— consagrada a una divinidad. Llegado
el día propicio, la novia acudía a la casa de su futuro marido engalanada con sus me
jores ropas y conducida en un carro lujosamente ataviado. Un sarcófago de piedra,
procedente de la Tomba dei Sarcofagi de Caere y hoy en el Museo Vaticano, recoge en
su decoración relivaria un cortejo nupcial, pero a pie. Lo abren diferentes músicos y
un personaje portando el lituus; detrás de la pareja marital se hallan un joven y una
biga «de parada», conducida por un cochero.
Antes de la entrega de la novia a su futuro marido y después del gesto de la mu
jer de abrirse el velo que le cubría la cabeza (y que recordaba la anakalypsis griega), tal
y como puede verse en una lastra de Murlo, tendría lugar, muy probablemente, un
banquete nupcial, tras el cual se procedería a las ceremonias de carácter legal.
Se ignora qué ocurría en caso de un futuro repudio o divorcio, actos a los que los
romanos dieron excepcional importancia. Tampoco se conocen las particularidades
y requisitos que se exigían para unas hipotéticas segundas nupcias tanto del hombre
como de la mujer. Lo que sí parece cierto es que la mujer etrusca poseía una capaci
dad jurídica idéntica a la del hombre, pudiendo por ello poseer bienes propios.
E l a m o r c o n y u g a l
Los testimonios más fehacientes del amor conyugal de los etruscos deben buscar
se en las representaciones plásticas de las parejas presentes en algunas pinturas mura
les —muchas de época arcaica, figuradas con la familia al completo—, en diferentes
tapaderas de sarcófagos y urnas cinerarias, piezas fabricadas tanto en terracota como
en variados tipos de piedra, y en no pocos espejos de bronce.
En el caso de las pinturas, es de notable expresividad la representación de los es
posos Velcha en la tarquiniense Tomba degli Scudi, quienes, sentados ante una mesa
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