Page 364 - Lara Peinado, Federico - Los etruscos. Pórtico de la historia de Roma
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bien en el santuario de Gravisca y, probablemente, de niños en el santuario primiti
vo del centro de Tarquinia). Al propio tiempo, las noticias históricas, como la recor
dada por Heródoto al aludir a la inmolación de focenses tras la batalla de Alalia, o la
de Calimaco referente al sacrificio de Teodoto, el más fuerte de los lipareses, a Apolo en
época tardoarcaica, o la de Tito Livio (VII, 15) acerca del sacrificio en el año 356 a.C. de
varios centenares de romanos hechos prisioneros en Tarquinia, confirman la prác
tica de tales derramamientos de sangre, sedimentada en la «leyenda» tirrénica de Mir-
silo de Metimna (Diodoro de Halicarnaso, I, 24).
La b ú s q u e d a d e respu estas
Los etruscos —así se ha supuesto— consideraron que su vida y la de su pueblo
no era algo sometido al azar, ni una causalidad mecánica. Era algo que controlaban
los dioses (llamados en etrusco aisera), quienes, en contra de lo que pensaba el grie
go Epicuro, siempre se habían preocupado y se preocupaban por los humanos y por
sus ciudades, imponiéndoles un destino. Ante aquella creencia, los hombres muy
poco podían hacer, quedaban anulados frente a la divinidad. En consecuencia, según
señaló A. Grenier, debía hacerse todo lo posible para conocer la voluntad de los dio
ses. Así se reforzarían las intenciones divinas favorables y se apartarían o dulcificarían
las amenazas.
La ciencia religiosa etrusca se dio, por ello, en buscar procedimientos a fin de in
terrogar a los dioses, interpretar los signos que ellos pudiesen enviar a los hombres
por cualquier medio que fuese y en reconocer los prodigios y expiarlos.
U n a r e l ig ió n r e v e l a d a
A diferencia de la religión griega y romana, la etrusca fue revelada. Valiéndose de
unos profetas, según se sabe por Cicerón (De dw., II, 23) y Ovidio (Met., XV, 553), los
dioses la dieron a conocer a los hombres. El más célebre de aquellos profetas, creído
nieto de Júpiter según Festo, fue Tages, personaje legendario —su mito lo ha estudiado
J. R. Wood— que un día se apareció a Tarconte, el fundador de Tarquinia, mientras es
taba arando la tierra. Al abrir un surco muy profundo, de ella —se contaba— surgió el
profeta Tages, bajo el aspecto de un niño, pero con la sabiduría de un anciano. Pronto
corrió la noticia de aquel hecho maravilloso y un buen número de gente se apiñó en
tomo al profeta para oírle, recogiendo sus sabias palabras y poniéndolas por escrito.
Aquellos escritos originarían diferentes libros, entre ellos, los Libri haruspicini, parte fun
damental de los Libri Tagetici, de gran éxito a partir del siglo π de nuestra era, muy con
sultados por filósofos y literatos, y el Calendario brontoscópico (examen de truenos), tra
ducido más tarde por Publio Nigidio Figulo (98-45 a.C.), autor que escribió sobre gra
mática, teología y astronomía y fundador del neopitagorismo romano.
El extraordinario acontecimiento que significó el mito de la institución de la téc
nica aruspicial fue representado en unos pocos espejos de bronce, entre ellos, el que
hoy se atesora en el Museo Arqueológico de Florencia y del que se hablará en pági
nas posteriores. En dicho espejo se figura a un tal Pava Tarchies, identificado por algu
nos con Tages, enseñando el arte de la aruspicina a Tarconte (Tarchunus) ante la pre
sencia del dios Voltumna.
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