Page 414 - Lara Peinado, Federico - Los etruscos. Pórtico de la historia de Roma
P. 414
He aquí la impresionante narración de la consulta a los dioses mediante la exta-
piscina:
Luego, Arruns, tomando a un macho por la nuca lo acerca al altar. Ya comien
za a regar el vino y a esparcir con su cuchillo la harina del plato. La víctima —largo
tiempo rebelde al sacrificio, los salvajes cuernos firmemente tenidos por los minis
trantes que visten ropas cortas— , las rodillas dobladas, ofrece su cerviz vencida. Pero
la sangre no fluye como de costumbre; por la abierta llaga, en lugar de sangre, corre
un humor corrompido y funesto. Arruns, estupefacto ante el sacrificio de lúgubres
efectos, palidece y rebusca en las entrañas nuevos signos de la cólera celeste. Su co
lor mismo aterroriza al arúspice. Las pálidas visceras pardean de oscuras manchas,
impregnadas de una sangre helada que multiplica sus placas sanguinolentas sobre el
tinte lívido. El pulmón palpita, pierde del todo su calor vital y un leve surco se abre
sobre sus partes vitales. El corazón está inerte, las visceras dejan escapar sus humo
res por las fisuras abiertas, por donde los intestinos muestran sus recónditos replie
gues. Vio, por último, un prodigio indecible que jamás aparece impunemente en las
entrañas: en la parte superior del hígado vio crecer otro pedúnculo; una parte pen
de, pues, enferma y fláccida, mientras la otra palpita y sacude las venas con pálpitos
desmesurados. Cuando estos indicios le hicieron comprender la amplitud de los
males previstos por el destino, el arúspice exclamó: «Difícilmente me es permitido,
dioses del cielo, revelar a las gentes lo que estáis a punto de desatar sobre ellos. Por
que no eres tú, oh muy grande Júpiter, quien ha aceptado el sacrificio. Son los dio
ses infernales quienes han penetrado en las entrañas del toro. Nuestro temor sobre
pasa ahora los límites de la expresión, pero los acontecimientos superarán aún el te
mor mismo. ¡Quieran los dioses volver favorable lo que mis ojos han visto! ¡Quiera
Tages, inventor de nuestro arte, haberse equivocado y haber mentido las visceras
que he palpado!
Con estas palabras el arúspice etrusco buscaba modificar los presagios y los anun
ciaba envolviéndolos en términos ambiguos.
El a r t e f u l g u r a t o r i o
Respecto al arte fulguratorio —según se sabe por Plinio el Viejo (Nat. Hist., II, 138)
y por Arnobio (Adv. Nat., Ill, 38)—, los etruscos creyeron que existían once tipos
de rayos (manubiae), que tan sólo podían manejar nueve dioses, identificables tal vez
con los Dii novensiles de Marciano Capella, dioses supervisados por Tinia (o Tin), el
titular de los tres primeros de aquellos rayos. Lamentablemente, no ha llegado nin
guna lista con los nombres de los nueve dioses fulguratores, pero se puede argumen
tar que los mismos, en el supuesto de que hubieran existido —tal concepción es ex
traña a la ceraunoscopia etrusca—, habrían sido Iuppiter, Iuno, Minerva, Volcanus,
Mars, Saturnus, Summanus, Hercules y Auster (nombres romanos y listado según
G. Capdeville).
En cualquier caso, la creencia en varios dioses fulguratores es asunto secundario,
pues era Tinia quien, en definitiva, controlaba y lanzaba el fulmen praesagum, o primer
rayo que equivalía a la «señal de advertencia». Asimismo, tenía poder sobre el fulmen
ostentarium, rayo que venía a ser la demostración de su ira, y que tenía como misión
asustar a los humanos, y también sobre el tercer tipo o fulmen peremptorium, que ha
bía sido creado para la destrucción y la transformación de todo tipo de cosas.
420