Page 415 - Lara Peinado, Federico - Los etruscos. Pórtico de la historia de Roma
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Aunque  Tinia podía lanzar los tres tipos de rayos que se acaban de citar, Séneca
         señaló (Quaest. Nat., II, 41) que el segundo debía arrojarlo con el permiso de los doce
         Dii comentes, y el tercero —el más peligroso y que era de tonalidad rojiza— sólo si se
         lo autorizaban los dioses superiores y su consejo (Dii superiores et dii involuti), de quie­
         nes se ignora su número, nombre y aun sexo.
            Para determinar el valor exacto de los rayos —que era una manera empleada por
         los dioses para informar de sus intenciones a los mortales—, el arúspice debía proce­
         der con todo rigor, averiguando un sinfín de detalles o de casuística en torno a los
         mismos, y que conocemos por Séneca (Quaest. Nat., II, 48). Entre ellos, la identidad
         del dios que los enviaba,  el punto de partida —de acuerdo con la cartografía celes­
         te—, la dirección y el trayecto recorridos, el tipo (fatidicum, brutum, vanum y regale),
         la intensidad  («que perfora»,  «que se  dispersa»,  «que golpea»,  «que  abrasa»),  las  cir­
         cunstancias (siempre múltiples), así como evaluar la hora de la caída, la forma y el co­
         lor del relámpago (blanco, negro, rojo), el lugar u objeto que había tocado y los efec­
         tos materiales que había provocado. En no pocas ocasiones —y ante un rayo que se
         presuponía nefasto—, el arúspice debía ser capaz incluso de desviarlo, de lograr que
         el fenómeno no se manifestase, convirtiéndose entonces así en un verdadero mago.
            La significación que podía extraerse de un rayo dependía también, como señaló
         R. Bloch, de las intenciones del arúspice. Si estaba en trance de planificar algo, el rayo
         le podía dar consejo (fulmen consiliarum). En el supuesto de que ya lo estuviese ponien­
         do en práctica, el rayo le podía mostrar su acuerdo o desacuerdo (fulmen auctoritatis).
         Si no tenía proyectos de ningún tipo, el rayo podría servir para promoverlo (fulmen
         monitorium).
            Séneca (Quaest. Nat., II, 32) no dudó en destacar que para los etruscos los rayos eran
         fenómenos conectados con los dioses, que no eran hechos naturales. El autor cordobés
         dice así: «Nosotros pensamos que el rayo es lanzado porque ha habido una colisión de
         nubes; según ellos, la colisión se produce para que el rayo sea lanzado; relacionando to­
         das las cosas con la divinidad, están convencidos no de que los rayos significan señales
         porque se han producido, sino que se producen porque tienen un significado.»
            Por supuesto, el lugar y las cosas tocados por un rayo eran objeto de específicos
         ritos, destinados en unos casos a proteger sacralmente los restos de la presencia divi­
         na y en otros a purificar cuanto había «sido tocado por el cielo», dado que el contac­
         to con lo sagrado era altamente peligroso al contagiar de impureza a lo afectado por
         él (R. Bloch).
            Gracias a las referencias de las fuentes latinas se deduce que las normas de expia­
         ción consistirían en «sepultar» el rayo (fulmen condere) en un adecuado pozo (puteal) y
         en sacrificar un carnero (en Roma se inmolaba un bidens,  esto es, un corderillo con
         los dientes incisivos muy desarrollados, en una ceremonia denominada bidental).
            No nos ha llegado información acerca de cómo podían desviar o atraer a volun­
         tad las tormentas y los rayos, a pesar de la creencia que, entre los romanos, se tuvo
         en la capacidad de los etruscos para actuar en tales circunstancias. Tito Livio (I, 31)
         señaló que las ceremonias y las precationes para conjurar las tormentas siempre estu­
         vieron ocultas, y Plinio el Viejo  (Nal. Hist.,  II,  140) recordó que existeron muchas
         fórmulas contra el poder de las tormentas y rayos. Verrio Flaco, por su parte, nos ha
         conservado  dos  palabras  etruscas  (arse verse) que,  escritas  sobre las puertas  de las
         casas, eran, al parecer, eficaces para alejar tormentas.
            Sabemos, finalmente, por Columela (X,  334-347) que en los consejos  dados al
         agricultor para propiciar los vientos, tener controlados los rayos y tormentas, recor­


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