Page 58 - Lara Peinado, Federico - Los etruscos. Pórtico de la historia de Roma
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tes a esclavos, la estatua de la diosa titular Uni —sacada de su templo, localizado en
          la arx urbana, en el actual Pian della Communita— fue llevada a Roma, en donde,
          bajo el nombre de Juno Regina, se le construyó un templo en el Aventino. A conti­
          nuación serían dominadas Capena, Sutri, Nepi y Falerii.
             Aquellas luchas significaron para Etruria por vez primera la pérdida de territorios
          propios y la ruptura de las estructuras socioeconómicas que venía manteniendo des­
          de el período arcaico anterior.  En aquella tesitura, las oligarquías locales se esforza­
          ron en acumular y atesorar riqueza, descuidando, al no invertirla, las actividades eco­
          nómicas y las  productivas,  cuyo  reflejo  más  evidente  ha  sido  evidenciado  por los
          etruscólogos al observar, para aquellos tiempos, la parquedad de la producción tan­
          to artesanal como  artística.  Dicho atesoramiento,  que fue entendido incluso  como
          algo sagrado, fiie muy notable en los santuarios panetruscos, controlados por pode­
          rosas familias. Para Roma, la captura de Veyes era el signo precursor de su indiscuti­
          ble presencia al norte del Tiber.



          Nuevas amenazas contra Etruria: los galos

             En aquellos años de crisis, además de la recesión económica más o menos gene­
          ralizada, los etruscos conocerían una gran inestabilidad política, provocada por dos
          serias y graves amenazas en sendos frentes: los aguerridos galos por el norte y, nueva­
          mente, la poderosa Roma por el sur.
             La invasión de los galos tuvo un amplio eco en la historiografía antigua.  El he­
          cho de haber saqueado buena parte de Italia y la circunstancia de la casi aniquilación
          de Roma, a manos de una de aquellas tribus salvajes, serían luego deformados por los
          escritores romanos para justificar la triste derrota sufrida en el año 390 a.C.
             Determinados  autores,  entre  ellos,  Tito  Livio  (V,  33),  Dionisio  de  Halicarnaso
          (XIII,  10-11) y Plutarco (Camilo, XV y ss.), intentaron justificar la presencia celta en
          Etruria argumentando una leyenda de muy poca credibilidad, comentada en páginas
          anteriores (Arrunte  de  Chiusi habría dado a probar vino  a los  galos con objeto de
          atraerlos a tierras etruscas para así vengarse de Lucumón, el seductor de su mujer). La
          realidad es que los etruscos ya habían contactado con tribus galas desde finales del si­
          glo vil a.C. Luego, en tiempos de Tarquinio Prisco y en sucesivas oleadas habían lle­
          gado  a ocupar la llanura padana,  expulsando  a los etruscos  allí instalados.  Tiempo
          después alcanzaron la etrusca Melpum, enclave que fue atacado y destruido por los
          insubros  en  el año  396  a.C.,  en el mismo día en que Veyes  era conquistada por
          los romanos. Cerca de Melpum los celtas fundaron Mediolanum (Milán).
             A los  insubros  siguieron otros pueblos, uno  de los cuales,  los  senones,  avanzó
          hasta el Adriático, zona que fue abadonada tras  enseñorearse sobre  ella (excepción
          hecha del territorio véneto) sin apenas contar con resistencia. En muy poco tiempo
          saquearon el valle del Chiana y las tierras del lago Trasimeno, pudiendo llegar a Clu­
          sium (Chiusi) en el 391 a.C. Esta ciudad no dudó en solicitar ayuda de Roma, la cual
          primero intentó negociar con los galos (embajada dirigida por tres hijos de M. Fabio
         Ambusto), pero que finalmente hubo de hacer causa con la etrusca Chiusi, obtenien­
          do algunas pequeñas victorias.
             Fracasada la toma de Chiusi, los galos emprendieron el camino hacia Roma, di­
          rigidos por su caudillo Breno. No lejos de Fidenes, y junto a la confluencia del Allia
          con el Tiber, se produjo en el 390 a.C. (o en el 387 a.C., según Polibio y Diodoro de


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