Page 59 - Lara Peinado, Federico - Los etruscos. Pórtico de la historia de Roma
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Sicilia) el choque armado que tuvo fatales consecuencias para los romanos, cuyas tro
pas supervivientes se vieron obligadas a refugirase en Veyes. Los galos fueron capaces
de alcanzar Roma, que fue destruida e incendiada en una gran parte, pudiéndose sal
var, sin embargo, los objetos sagrados que fueron llevados a Caere por las Vestales.
La ciudad de Roma pudo salvarse comprando la retirada de Breno, a quien se le
hubo de entregar mil libras de oro, según se dijo en páginas anteriores.
Años después, determinadas leyendas se hicieron eco de algunas supuestas accio
nes dignas de mérito habidas durante el asedio galo: la resistencia de los senadores a
abandonar Roma, permaneciendo en sus casas sentados en sus sillas de marfil; el
graznido de las ocas de Juno ante la presencia gala; la defensa de la ciudadela por
M. Manlio, llamado por ello «el Capitolino»; el grito del Vae Victis! de Breno al arro
jar su espada sobre la balanza que debía pesar el pago de la derrota; la victoria del hé
roe de la guerra de Veyes, M. Furio Camilo, sobre los galos que se retiraban de Roma.
Curiosamente, las ciudades etruscas que no habían conocido el ataque galo no
quisieron o no pudieron sacar partido de la postración militar y económica en la
que se había sumido Roma. Al contrario, ésta pudo reaccionar muy rápidamente,
logrando tener a raya a sus viejos enemigos (ecuos, volscos, hérnicos y, por supues
to, etruscos).
Entre los años 390 y 360 a.C., el hijo de Velthur Spurinna, de idéntico nombre
que su padre, luchó contra los romanos, quienes habían emprendido campañas con
tra los tarquinienses, habiéndoles conquistado en el 388 a.C. Cortuosa y Contene
bra. Al año siguiente, toda Etruria meridional quedaba unida al territorio romano.
En el 386 a.C., los etruscos asaltaron Sutri y Nepi, pero serían derrotados. En ambas
ciudades se situaron colonias latinas.
La campaña de Dionisio I de Siracusa
En el 384-383 a.C., aprovechando tal vez la presencia de los galos en tierras itálicas
y, sobre todo, a causa de sentirse poderoso, tras haber rechazado los intentos de Carta
go sobre Sicilia, el tirano Dionisio I el Viejo de Siracusa dirigió sus miradas imperialis
tas sobre tierras etruscas bajo el pretexto de acabar con la piratería tirrénica, si bien, en
realidad, lo hacía movido por el temor de una entente etrusco-púnica. De hecho, con
ello se vengaba de la ayuda que Etruria había prestado tiempo atrás a Atenas en las gue
rras sicilianas y esperaba resarcirse de los gastos empleados en su programa de construc
ciones y en equipar una flota de 300 navios y un ejército de 80.000 hombres.
Unas cien naves partieron de Siracusa y en una espectacular y rápida acción pirá
tica saqueraron y destruyeron Alsium, Punicum y Pyrgi —aquí también fue destruido
el santuario federal consagrado a Uni—, puertos todos ellos de Caere, obteniendo un
rico botín, al decir de Diodoro de Sicilia (XV, 14). Aquella acción le valdría al tirano el
calificativo de «profanador de templos» en la propaganda antidionisiana de Atenas
(K. F. Stroheker). Desde allí, la flota siracusana se dirigió a Elba y Córcega, logrando ex
pulsar de ambas islas a los etruscos. A continuación, y en recuerdo de aquella victoria,
se fundaría en Córcega, sobre un asentamiento etrusco, el Porto Siracusano (Porto Vec-
chio). Con tal ocupación Etruria perdía el control sobre la indicada isla.
Aquella acción pirática de Dionisio I significó la recesión económica de bastan
tes ciudades etruscas, las cuales, privadas de sus actividades comerciales marítimas,
iniciaron su decadencia.
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