Page 201 - Alvar, J. & Blázquez, J. M.ª (eds.) - Héroes y antihéroes en la Antigüedad clásica
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ma de condenar la práctica de los Flavios—, garantizando a los sena­
       dores su seguridad personal y el secreto de sus votos —aunque la prác­
       tica del voto por aclamación se extiende durante su reinado—; él agra­
       dó también al pueblo de Roma por sus distribuciones generosas, sus
       juegos y sus triunfos magníficos, y sus monumentos; a los provincia­
       les porque él pasaba por uno de ellos; al ejército por su valor y sus gue­
       rras que, entre otras ventajas, alejaban a los espíritus de intrigas y pro­
       nunciamientos; y a los filósofos, en fin, enemistados desde hacía bas­
       tante tiempo con el poder, que llamó cerca de él (Dión de Prusa) para
       recibir sus consejos. De su reino data el inicio del imperio «humanis­
       ta» en que el príncipe encama las virtudes estoicas largamente evoca­
       das por los pensadores y los panegiristas (Plinio el Joven).
          La vida política del siglo i estuvo dominada por continuos conflic­
       tos entre los soberanos y el senado, ya atemorizado, ya cómplice de
       los «tiranicidas». En la época de los Antoninos la oposición se termi­
       na, es la era de los buenos sentimientos. Sin embargo, ninguno de es­
       tos emperadores ha abdicado nunca de la más mínima parcela de su
       poder, lo que, por otra parte, no hubieran admitido ni la administra­
       ción ni el ejército.
          Hay muchas razones para esta nueva situación:
          —  en primer lugar, la moderación personal de los emperadores,
       que han repudiado el régimen de los delatores grato a Nerón y a Do-
       miciano, han prometido a los senadores la seguridad de su persona, y
       han mantenido la promesa, salvo Adriano en los últimos años, lo que
       le costó la apoteosis;
          —  el reclutamiento de la asamblea se modifica a partir de Vespa­
       siano y sus efectos se hacen sentir en el siglo n: a los itálicos de Roma
       y del Lacio, que equiparan la nobleza de sus familias a la del empera­
       dor, suceden notables de Umbria o la Cisalpina, que tienen las cos­
       tumbres modestas y disciplinadas de sus municipios, después provin­
       ciales conscientes de su deber hacia los emperadores;
          —  a partir de Trajano la filosofía estoica, en otro tiempo arma y
       consolación de los opositores, se ha acercado al trono, hasta el punto
       de subir a él con Marco Aurelio. Los medios oficiales, las clases diri­
       gentes y los intelectuales están por una vez en la historia en plena co­
       munidad de pensamiento. En fin, el régimen asegura a los senadores
       interesantes  carreras  y  al  senado  mismo  buenas  perspectivas  y una
       cierta actividad.
          Sin duda los poderes políticos del senado han desaparecido casi
       totalmente de forma irreversible. Designado por su predecesor y acla­
       mado por el ejército, el emperador sólo es investido de una manera

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