Page 257 - Alvar, J. & Blázquez, J. M.ª (eds.) - Héroes y antihéroes en la Antigüedad clásica
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te de apartamiento de la vida pública. Aunque acepte, ciertamente, la
       realidad social, sus admoniciones van orientadas siempre al ámbito de
       la vida privada.  Hoy  día  la  investigación  está  mayoritariamente  de
       acuerdo en estimar que las exhortaciones morales cristianas de estos
       estratos del NT no son una creación propia del cristianismo, sino una
       incorporación a éste de materiales éticos procedentes del judaismo de
       la  época,  el  cual  había bebido  generosamente  de  las  exhortaciones
       morales del entorno filosófico helenístico, es decir, de la filosofía po­
       pularizada, en especial de la Estoa. Los temas y formas de esta paréne­
       sis —salvo casos especiales, como el de Rom 13 y 1 Pe, a los que he­
       mos hecho mención— son fundamentalmente tres: a) catálogos o listas
       de vicios a evitar, y virtudes que deben practicarse; b) cuadros de deberes
       domésticos,  en  los  que  se  enumeran las  diversas  obligaciones  de  los
       miembros de una «casa»: esposos, padres, hijos, señores, esclavos, so­
       bre  todo  en  las  relaciones  entre  sí  mismos.  Cuando  se  mencionan
       obligaciones con el mundo exterior, se reducen fundamentalmente a
       los consejos a mantener una buena conducta, de modo que no se pro­
       voque la maledicencia de los de fuera; c) la doctrina de «los dos caminos»,
       el que conduce a la perdición y el que lleva a la vida. Esta última doc­
       trina apenas aparece en el Nuevo Testamento, pero sí en otra literatu­
       ra contemporánea a los últimos escritos de éste: la Didacké o «Doctri­
       na de los Doce Apóstoles» (1-6) y la Epístola de Bernabé (18-20), tex­
       tos que en algún momento estuvieron a punto de entrar en el canon
       neotestamentario.  Como puede deducirse de esta brevísima síntesis,
       nada  hay  en  las  exhortaciones  morales,  reducidas  prácticamente  al
       ámbito de lo privado, del cristianismo primitivo ya asentado en la so­
       ciedad  romana,  y relativamente  bien  consolidada en  lo  ideológico,
       que indique un deseo de colaborar en la vida del Estado. No hay un
       rechazo de ella, pero a la vez nada que incite a una participación acti­
       va, social o política, en ella.
          En síntesis: hemos visto a lo largo de los diversos estratos del cris­
       tianismo  naciente  —que  hemos  intentado  deslindar  en  esta  breve
       contribución— cómo tanto la figura de Jesús como el grupo de la co­
       munidad jerusalemita más primitiva vivían una ideología religiosa que
       les impedía de todo punto la más mínima participación en la vida del
       Imperio: la esencia del Reino de Dios, proclamado por Jesús, y espe­
       rado ansiosamente por sus primeros seguidores, se oponía radicalmen­
       te a la vida de ese Imperio; es más, si en la mano de los creyentes hu­
       biera estado, habrían acabado con él para instaurar el reino teocrático
       del mesías de las promesas. El antagonismo era absoluto por princi­
       pios. Pero ese antagonismo comenzará a diluirse con el distanciamien-

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