Page 256 - Alvar, J. & Blázquez, J. M.ª (eds.) - Héroes y antihéroes en la Antigüedad clásica
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tiempo de persecución, pero desalentando, a la vez, toda tentación de
       resistencia activa ante el Estado. El autor exhorta sin equívocos a la es­
       tricta  sumisión  al  emperador y sus  gobernantes  delegados;  pide  de
       nuevo a los esclavos que obedezcan a sus amos; a las mujeres, que se
       sometan a sus maridos; a los jóvenes, que veneren y respeten a los an­
       cianos.  Para el  desconocido  redactor el  orden social  sólo puede  ser
       una  rigurosa  jerarquía  institucionalizada.  Dice  en  2,  13  y  ss.:  «Por
       amor del Señor estad sujetos a toda institución humana; ya al empe­
       rador  como  soberano,  ya  a  los  gobernantes  como  delegados  suyos
       [...]; tal es la voluntad de Dios para que, obrando el bien, amordace­
       mos la ignorancia de los insensatos [...]  apreciad a todos, amad la fra­
       ternidad, temed a Dios y honrad al monarca.» Tras esta formulación
       que  compendia  el  conformismo  más  acusado  resuena  también  el
       tema de la aceptación y resignación ante las realidades de este mundo.
       «Bienaventurados vosotros si por el nombre de Cristo sois ultrajados,
       porque el espíritu de la gloria, que es el Espíritu de Dios, reposa sobre
       vosotros. Que ninguno padezca por homicida o por ladrón [...] pero
       si es por cristiano, que no se avergüence, antes glorifique a Dios por
       llevar este nombre» (4, 14.15). En este texto sentimos resonar una vez
       más  el tema de la conformidad con el orden social establecido  que
       sustituye al impulso teocrático del mesianismo judío de Jesús, o del ju-
       deocristiano primitivo, que pedía a Dios su cambio.
          Con este espíritu de conformidad, que moldea toda la relación del
       cristiano con el Estado para suerte de éste, se adecúa la tendencia de
       la Iglesia a constituirse sólidamente dentro del Imperio por medio de
       una doctrina bien establecida, petrificada en dogmas y normas, y la
       creación  de  una jerarquía interna,  bien  estructurada.  Es  éste  el mo­
       mento en el que las viudas quedan organizadas en un cuerpo social
       que recibe y practica la beneficencia (1 Tim 5, 3-16), los presbíteros se
       separan como cuerpo de los obispos (al principio sus funciones ape­
       nas se diferenciaban, sino que formaban un único cuerpo dirigente:
       cfr. aún para el tiempo de composición de Tito 1, 5-7), ocupan un es­
       tamento  inferior,  y por encima  se  establece  el  obispo  monárquico,
       casi absoluto, en cuyas manos quedará el gobierno espiritual y mate­
       rial de la comunidad (cfr. las cartas de Ignacio de Antioquía: c.  115).
       A esta escala jerárquica —formada a imitación de la estructura de go­
       bierno  del Imperio— se debe  el mismo respeto y obediencia que  a
       Cristo, y por supuesto también que al emperador, aunque sea, natu­
       ralmente, de otro orden.
          La perenesis, o exhortación ética, de esta literatura religiosa de la
       tercera generación cristiana refleja, a pesar de lo dicho, un cierto talan­

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