Page 254 - Alvar, J. & Blázquez, J. M.ª (eds.) - Héroes y antihéroes en la Antigüedad clásica
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estas dudas de Pilato, la historia —que nos parece más original— de
la muerte de Jesús como mártir mesiánico a manos de un procurador
romano, bastante cruel, ayudado por colaboracionistas judíos. En su
lugar, lo que el lector de Marcos percibe es un asesinato largamente
madurado y premeditado del Hijo de Dios por los jefes del pueblo ju
dío que utilizan la debilidad de Pilato y la volubilidad del pueblo para
sus fines. Según Marcos, la predicación de Jesús no tenía la más míni
ma implicación política, y era indiferente a las preocupaciones e inte
reses político-sociales de sus connacionales, enfrentados directamente
con Roma. Pero, como hemos indicado ya, fe y política se hallaban en
la Palestina del siglo i indisolublemente unidas. Si Jesús se creyó y fue
aceptado como mesías porelpuebh (cfr. la entrada mesiánica en Jerusalén:
Me 11, 1-11) tuvo que serlo en el sentido en el que era entendido por
aquél en esos momentos. Ahora bien, según el evangelista Marcos, Je
sús era inocente del delito de sedición contra la autoridad romana.
Esta concepción suministra la base para la idea de un Cristo indiferen
te al destino de Israel y la política de su tiempo. Se cambian las pers
pectivas, y tal postura habrá de tener su influencia en la disposición de
los cristianos hacia el Imperio Romano. Esta visión ayudará desde su
propia óptica a una mayor benevolencia respecto al Imperio, como
veremos luego al hablar de las comunidades postpaulinas.
Esta tendencia a desimplicar a Jesús y su mensaje de la política de
su tiempo continúa en los evangelios canónicos posteriores: los de
Mateo y Lucas elaboran con mayor precisión la imagen de un Cristo
pacífico, y la segunda parte del evangelio de Lucas, los Hechos, se preo
cupan de demostrar que la religión cristiana no es peligrosa para el Im
perio46. Esta orientación llega a su clímax en el evangelio de Juan,
donde el divorcio entre Jesús y los «judíos» es absoluto, además de
afirmar que su «reino no es de este mundo» (Jn 18, 36). Pero esta acti
tud más bien prorromana de los «biógrafos» de Jesús no tuvo en prin
cipio un efecto claro sobre la posible participación de los cristianos en
la vida del Imperio, ya que lo más que interesaba a los evangelistas era
señalar el carácter de novedad de la fe cristiana respecto al odiado (por
los romanos) judaismo. Tampoco podía tener mucho efecto porque, a
pesar del tiempo ya pasado desde la muerte de Jesús, seguía viva aún
la espera de un fin más o menos inminente, como se demuestra por el
llamado «apocalipsis sinóptico» de Me 13 y sus paralelos en los demás
evangelistas. En conclusión, pues, las otras comunidades cristianas,
46 Para una ampliación de estas perspectivas puede consultarse el artículo citado en
nota 3, 341-352. Igualmente para el evangelio de Juan, págs. 353 y ss.
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