Page 258 - Alvar, J. & Blázquez, J. M.ª (eds.) - Héroes y antihéroes en la Antigüedad clásica
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to respecto al judaismo que marcan ya los evangelios sinópticos y que
       halla su culmen en el evangelio de Juan. Con las innovaciones pauli­
       nas, cronológicamente anteriores a estos escritos, el Reino de Dios en
       la tierra, comprendido al modo tradicional judío, se esfuma práctica­
       mente, y se sustituye por una salvación mística y universal. A la vez el
       mundo  material  queda absolutamente devaluado,  aunque se  asume
       como sustancia en la que tiene lugar la historia de la salvación. El Rei­
       no será un reino del espíritu, incoado ya en el corazón del hombre re­
       nacido en Cristo por el bautismo. El mesías terrenal, patriótico y res­
       tringido a Israel, pasa a ser un salvador espiritual y universal. En este
       contexto mejoran radicalmente las relaciones con el Imperio, a quien
       se considera un representante de Dios, y se le presta obediencia y res­
       peto; los cristianos se transforman en súbditos ideales, aunque en el
       fondo se mantiene hacia el Estado una postura de radical indiferencia
       y alejamiento; lo único que importará será la salvación interior en un
       fin que se intuye cercano. En la literatura postpaulina se continúa esta
       misma tendencia y se afirman los fundamentos de la ideología conser­
       vadora del Nuevo Testamento, con un sistema de apoyo, directo o in­
       directo, a los poderes  dominantes. Al principio, la exhortación ética
       cristiana no  impulsará  decisivamente  una participación  activa en la
       vida social y política del Estado. Poco a poco, en tiempos no muy ale­
       jados, y cuando la venida del mesías se aleje definitivamente del hori­
       zonte inmediato, el poder temporal de la Iglesia se apoyará en los mis­
       mos principios y argumentos políticos temporales  que  en su origen
       —la comunidad palestina— le fueron tan ajenos. De haber sido un
       grupo radicalmente antagónico, casi revolucionario, odiador de todo
       lo romano, la religión cristiana pasará en tres siglos a ser la base y el
       sustento moral del Imperio.




















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