Page 280 - Alvar, J. & Blázquez, J. M.ª (eds.) - Héroes y antihéroes en la Antigüedad clásica
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Así pues, fue Marco el que constituyó el modelo y el prototipo
también del emperador cristiano pío, bien fuese éste Constantino en
oración antes del encuentro victorioso con Licinio (mientras su adver
sario se rodeaba de charlatanes y de magos: cfr. Eus., Vita Const., 2, 4,
GCS, pág. 42), o bien Teodosio el Grande antes de enfrentarse al usur
pador Eugenio en el Flumen Frigidus (Vipacco), en el año 394 (cfr. Socr.,
H. E., 5, 25).
Con Constantino, con Juliano, con Teodosio —en la época en la
que el cristianismo ya había realizado su escalada a los vértices del im
perio—, tomaron forma una serie de mitos negativos sobre estos gran
des personajes, con el propósito de demonizarlos en cuanto protago
nistas de esos mitos santificantes y heroizantes entre los que compar
tían la misma fe religiosa. Constantino —que en la Edad Media será
incluso considerado santo— se convierte en un héroe demoníaco en
tre los últimos intelectuales paganos. En el mundo occidental latino
de finales del siglo iv, la Historia Augusta prefigura encubiertamente la
personalidad corrompida y la política religiosa execrable en la biografía
del depravado Elagábalo, no menos que Constantino, ambos hombres
profanadores de los ritos patrios y de los símbolos sagrados custodia
dos con mayor celo (Paladión) a favor de una religión extranjera
(«siriaca»), afeminados menospreciadores de una sana sexualidad, per
turbadores de los antiguos cementerios en el área vaticana. Eunapio y
Zósimo en el mundo bizantino, respectivamente en los comienzos de
los siglos v y vi, dan la vuelta a la interpretación providencialista de la
coetánea historiografía eclesiástica y presentan sin ambages el reino de
Constantino (al igual que el de Teodosio el Grande aproximadamen
te medio siglo después) como la etapa negativa de mayor relevancia
en los acontecimientos de un imperio que ya se dirige hacia la catás
trofe por el abandono de las gloriosas tradiciones del pasado: la histo
ria de la salvación se convierte en la historia de la destrucción del im
perio. Al mismo tiempo, la historiografía eclesiástica arriana (Filostor-
gio, que nos ha llegado en amplios resúmenes del patriarca Focio) se
sirve de la clave providencialista puesta a punto por Eusebio de Cesa-
rea, invirtiendo además sus perspectivas y adaptando acontecimientos
y cronología —al igual que la historiografía eclesiástica ortodoxa—
para mostrar cómo cada acontecimiento negativo termina por con
centrarse bajo el reino de los emperadores impíos o heterodoxos (Ju
liano pagano, Teodosio filoniceno), mientras que la multiplicación de
los milagros y de los hombres santos en todas las partes del imperio
era prueba del apoyo divino a los reinos de los príncipes buenos,
como, por ejemplo, el del filoarriano Costancio II.
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