Page 278 - Alvar, J. & Blázquez, J. M.ª (eds.) - Héroes y antihéroes en la Antigüedad clásica
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rarias (cfr. Suidae Lexicon, «Αρνουφις», ed. A. Adler, I, Stuttgart,  1971,
       pág.  365; Tert., Apol,  5,  6;  ibid., A d Scapulam, 4,  7-8;  Eus., Η. E.,  5,
       1-6,  GCS, págs. 434-436; Greg. Nyss., Encom. ad XL Martyres, PG 46,
       2, col.  758-760; Oros., 7,  15, 9-11; Prosp. Tir., Epit.  Chron., ada.  173,
       MGH, A A IX, Chron. Min. I, pág. 431). En los «milagros» —también
       el del rayo que alcanza una máquina de guerra enemiga (representado
       en la columna a espiral de Marco en la escena XI y también en una
       moneda [RIC, III, nr. 1224, pág. 310], y mencionado además en fuen­
       tes históricas y literarias como la Historia Augusta, Marc. Ant., 24, 4, y
       Claudian., De VIcons. Hon., w. 340-350)— el emperador no se presen­
       ta nunca como protagonista, sino solamente como testigo e intercesor
       mediante la oración.  Por tanto,  esta actitud probablemente  abrió la
       vía al libre brotar de una veneración creciente y extendida en torno a
       su memoria, acentuada sobre todo por las fuentes más tardías, las cua­
       les sublimaron a Marco como modelo de soberano carismático: ya en­
       tre el 235 y el 268 un sibilista judaico prefirió atribuir el milagro de la
       lluvia a la εύσεβεια propiciadora de Marco mejor que a la ciencia sa­
       cerdotal  egipcia  (cfr.  Oracula Sybiü.,  12,  w.  194-200,  ed. J.  Geffken,
       Leipzig, 1902, págs.  197-198). Pero el discurso se hace todavía más ex­
       plícito en Temistio (fiel a los ideales senatoriales romanos: cfr.  Or., 15,
       191 b-c) y sobre todo en la Historia Augusta (Marc. Ant., 18,2-3), don­
       de los ceremoniales de apoteosis de Marco se describen valorizando
       su excepcionalidad como espejo de sus dotes personales, y se afirma:
       «No fue suficiente que personas de todas las edades, sexo, condición
       y rango le tributasen honores divinos, sino que se llegó a acusar de sa­
       crilegio a quien, aun teniendo los medios con los que habría podido
       y debido hacerlo, no tenía en su casa la imagen de él. En consecuen­
       cia, todavía hoy en muchas casas las estatuas de Marco Antonino tie­
       nen su puesto entre las de los dioses Penates. No faltaron personas que
       afirmaran que él les había hecho muchas profecías en el sueño, y que
       preanunciaron acontecimientos futuros que luego en efecto se verifi­
       caron. Más tarde se le consagró un templo y se le dedicaron una con­
       fraternidad de sacerdotes y de flámines, con el nombre de Antoninia-
       nos, además de todos esos honores que en la antigüedad se decreta­
       ban para la divinización de los príncipes» (trad. P. Soverini, I, Turin,
       UTET, 1983, págs. 261-263).
          Las asimilaciones entre el emperador reinante y un dios (en espe­
       cial Serapis, así como Isis para las emperatrices madres) afloran en va­
       rias ocasiones también después de Marco, en el cuadro de una teolo­
       gía dinástica que ha dejado huellas en las monedas, en las inscripcio­
       nes,  en monumentos y en las  fuentes literarias  tanto para Cómodo

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